XI
¿Qué diantres le pasaba por la cabeza? Me miró a los ojos,
interrumpiendo su faz divertida para enfatizar un halo sombrío a sus palabras.
Ante mi desconcierto, continuó hablando:
-Además, Óliver, creo que lo mejor es que rompamos el
contacto. Tú estás a salvo, yo en cambio… soy peligrosa. Todo irá bien si no
volvemos a vernos… - se giró emprendiendo el camino de vuelta-… y gracias por
todo. No lo olvido.
Inmadura. Temeraria. Inocente. Infantil. Irrespetuosa para
con ella como para con los demás, como para conmigo. Esa clase de palabras
revolotearon en mi cabeza durante esos segundos. Pero recordé lo que pensaba de
Bífida antes de conocer su identidad:
era admirable.
Así pues, me resigné a seguirla de cerca. Silvia dejó claro
que no quería verme, pero yo no quería aceptarlo. “No puedo dejarla sola”. Las
siguientes semanas frecuenté más que de costumbre los barrios más movidos de
Orelan. Tenía la esperanza de verla cada noche. De saber que estaba bien. De
saber que seguía con vida.
En lo que a mí respecta, mi situación económica se vio
perjudicada por aquella extraña obligación moral de proteger a Silvia. Renuncié
a los trabajos de jardinería y a las pizzas para pasar más horas en la calle. Si no encontraba
la melena rubia en la noche, probaría en el día. Para mantenerme, vendía más
droga. Por tanto, estaba más expuesto, y me llevé algún que otro susto.
Aunque no tildaría de susto mi desahucio. Lo vi venir, y no
hice nada por evitarlo. Lo poco que poseía como mío bastaba como para mantener
mi cuerpo vivo en las últimas noches de frío de aquel invierno. Con suerte,
solía encontrar alguna casa okupa en la que pudiera alojarme dejando caer el
peso de mi cuerpo sobre el suelo, siempre frío.
No habría pasado ni una semana desde que vivía en la calle
cuando Bífida me dejó mudo. Su nuevo
reportaje tocaba esta vez a los puticlubs de Orelan. Su profundidad y exactitud
construían una veracidad suficiente como para que –tal y como fue
posteriormente- la justicia tomara cartas en el asunto.
Ahí fue donde verdaderamente me asusté. Las putas en esta
ciudad movían mucho dinero. A veces, algo más que eso. En esta ocasión había
unos cojones tremendamente hinchados que estaban a punto de explotar. Había que
tener mucho cuidado con la gente que había detrás de aquello.
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