domingo, 19 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo XI.


XI

¿Qué diantres le pasaba por la cabeza? Me miró a los ojos, interrumpiendo su faz divertida para enfatizar un halo sombrío a sus palabras. Ante mi desconcierto, continuó hablando:

-Además, Óliver, creo que lo mejor es que rompamos el contacto. Tú estás a salvo, yo en cambio… soy peligrosa. Todo irá bien si no volvemos a vernos… - se giró emprendiendo el camino de vuelta-… y gracias por todo. No lo olvido.

Inmadura. Temeraria. Inocente. Infantil. Irrespetuosa para con ella como para con los demás, como para conmigo. Esa clase de palabras revolotearon en mi cabeza durante esos segundos. Pero recordé lo que pensaba de Bífida antes de conocer su identidad: era admirable.

Así pues, me resigné a seguirla de cerca. Silvia dejó claro que no quería verme, pero yo no quería aceptarlo. “No puedo dejarla sola”. Las siguientes semanas frecuenté más que de costumbre los barrios más movidos de Orelan. Tenía la esperanza de verla cada noche. De saber que estaba bien. De saber que seguía con vida.

En lo que a mí respecta, mi situación económica se vio perjudicada por aquella extraña obligación moral de proteger a Silvia. Renuncié a los trabajos de jardinería y a las pizzas para  pasar más horas en la calle. Si no encontraba la melena rubia en la noche, probaría en el día. Para mantenerme, vendía más droga. Por tanto, estaba más expuesto, y me llevé algún que otro susto.

Aunque no tildaría de susto mi desahucio. Lo vi venir, y no hice nada por evitarlo. Lo poco que poseía como mío bastaba como para mantener mi cuerpo vivo en las últimas noches de frío de aquel invierno. Con suerte, solía encontrar alguna casa okupa en la que pudiera alojarme dejando caer el peso de mi cuerpo sobre el suelo, siempre frío.

No habría pasado ni una semana desde que vivía en la calle cuando Bífida me dejó mudo. Su nuevo reportaje tocaba esta vez a los puticlubs de Orelan. Su profundidad y exactitud construían una veracidad suficiente como para que –tal y como fue posteriormente- la justicia tomara cartas en el asunto.

Ahí fue donde verdaderamente me asusté. Las putas en esta ciudad movían mucho dinero. A veces, algo más que eso. En esta ocasión había unos cojones tremendamente hinchados que estaban a punto de explotar. Había que tener mucho cuidado con la gente que había detrás de aquello.

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