Una fulana nueva para una nueva noche en mi vida. Entré en
tu piso sin conocer tu nombre siquiera; hacía tiempo que te venía observando y
recorriendo con la mirada. Más de una vez pasé por tu lado, rozando con mi
duende el cascabel de tu espalda. Pero hoy había decidido explorarte.
El aliento de lo desconocido me golpeó de frente, mientras
tú guardabas la distancia y no acudías a recibirme. Yo di el primer paso. A mi
primer paso correspondiste alejándote, mirándome con extrañeza y deslizándote
por el pasillo. Seguí tus pasos –no podía hacer otra cosa- y dimos con tu
dormitorio.
Puerta cerrada, no obstante. Tú entre tu cama y yo, pero yo
te quería a ti y no me importaba si tenía que ser de pie. Tu camiseta sencilla
negra también se interponía entre mis deseos y yo, y por ahí empecé. Fui
educado y comencé mordisqueando tu cuello.
Abriste la puerta y tras saludarnos aún firmes, caímos en el
colchón. Me sumergí en un océano de sudor y latidos y di brillo a esas perlas
tímidas. Me tomé un respiro y te dejé
hacer, acariciando mi bajo vientre, estremeciendo mis sentidos.
Me convertí en invitado en tu ritual, vigilando con atención
el azar de tus pasos al caminar. Controlando tu respiración, intentando tomar
temperatura a ese cuerpo en calmada ebullición.
Mas yo quiero tomar el timón y me deslizo por tu ombligo.
Ahora el silencio no es tan absoluto. Ahora estás sufriendo, y yo lo gozo. La
pasión se impone a la rutina y lo vemos todo con nuevos ojos. Encuentro un
atisbo de respuesta a mi hambre incesante.
Pero controlo mi fuego y te dejo, sola, en tu cielo;
esperando que matara al toro. Marcho satisfecho con la faena, sabiendo que
además de mi pasión y mi condena es mi oficio. Aseguro mi retorno sabiendo que
tengo mucho por descubrir.
Hasta pronto.