sábado, 18 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo X


X


En los siguientes meses, la policía realizó un buen número de redadas y detenciones fruto de aquella misteriosa sección. Desde “El Diario de Orelan” se defendió a ultranza aquella serie de reportajes que estaban causando furor en la ciudad.

Mis propias fuentes me desvelaron diversas amenazas para lograr descubrir la identidad del periodista. El medio negó saber su autoría. Verdaderamente, no creo que mintieran. Quien fuera que estuviera publicando aquellas historias se estaba jugando el cuello.

Un buen día, Silvia vino a verme. Hacía tiempo que su presencia por la noche era más es casa. Me compró poco, decía que estaba dejando la droga.

-Sí, así como te lo digo. Estoy dejándola- su sonrisa no dejaba de deslumbrarme.
-Bueno, me alegro por ti, entonces. Por cierto, supongo que estarás al tanto de la nueva sección de “El Diario de Orelan”, ¿no?
-Sí. Está causando muchos problemas a mucha gente.
-¡Desde luego! Si te soy sincero, a veces pienso que mi nombre podría aparecer en alguna de esas columnas. Me alivia pensar que nadie quiere buscar problemas a alguien tan mayor y tan solitario…
-Tranquilo, a ti no te causarán ningún problema…
-¿Por qué estás tan segura?

Silvia se mordió la lengua unos segundos antes de mirarme con una mueca divertida.

-¿Tu sabías guardar secretos, verdad?
-…no…- no me lo podía creer.
-Yo soy Bífida.

viernes, 17 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo IX.


IX


Aún podía mantener el triste zulo en el que vivía. Por la mañana bajaba a una cafetería del barrio para leer el periódico. Yo pagaba el café, no el periódico. Nunca pagaría por leer un periódico. Me parecía tan superficial, tan escaso de variedad… Me aburría la información política. ¿Políticos? ¡No son nadie! El periódico reproduce textualmente a los políticos, es decir, dan cobertura a sus mentiras. Por tanto, ¿para qué pagar por algo en lo que no crees? Quizás si se arruinasen cambiarían su contenido… pero claro, si se arruinaban podían desaparecer. ¡Y el periodismo no podía desaparecer nunca!

Pero una mañana de octubre de 2015, una sección nueva llamó mi atención. “Lo que no quiere ser visto”. El nuevo título ya captó mi interés, pero lo que en el reportaje encontré, me fascinó. Con una buena pluma y un rico pero directo lenguaje, se narraban historias de lo que sucedía en la noche de Orelan. Hablaba de drogas, de ajustes de cuentas, de peleas de prostitución, de muerte…

Había que tener dos huevos para escribir sobre eso. Yo mismo conocía a varios tipos a los que hacía referencia. Porque habituaba a dar nombres, eh. Cuando busqué el autor, no encontré un nombre ni un apellido. Bífida.

Sin duda, era una buena forma de protegerse. Ahora era el medio el que asumía una gran responsabilidad. Mi siguiente pensamiento fue una preocupación: esto no va a hacerle ninguna gracia a los señores de la noche.

Puzzle de Medianoche: Capítulo VIII


VIII


Desde mediados del 2014, toparme con Silvia en la noche de Orelan se convirtió en rutina. La chica frecuentaba los puntos negros de la ciudad persiguiendo droga. Reconozco que yo mismo le vendí algo. De su boca supe que no le iban mal las cosas, aunque vivía de las rentas. Decía que quería ser escritora, y que dedicaba muchas horas a esa actividad.

Podría decirse que Silvia y yo entramos al mundo de la noche al mismo tiempo. Comprábamos, vendíamos, consumíamos, nos cruzábamos en bares, discotecas, esquinas… Así, descubrí que mi instinto paternal hacia la criatura de tirabuzones rubios permanecía intacto. La quería, y la veía muy niña aún para ese ambiente… Decidí que tendría siempre un ojo encima.

Obvio que por un lado me alegraba, pero por otro lado me entristecía que Silvia nunca necesitara mi ayuda. Siempre controlaba. Nada se le iba de las manos, ni siquiera las intenciones de los que la rodeaban. Una noche, la vi adentrándose en un callejón con un tipo al que yo no conocía. Alejados del tumulto, discutían. Me preparé por si debía entrar en acción, aunque claro, ¿qué podía hacer un cuarentón como yo?

De repente, él extrajo una navaja y la situó próxima al cuello de Silvia. Antes de que pudiera hacer nada –ni él ni yo-, Silvia tenía una pistola entre los ojos de éste, que lo obligó a bajar su arma. Con un gesto de la cara, Silvia lo mandó lejos. Él la obedeció. Mientras, ella quedó allí de pie apurando un cigarro.

No daba crédito a lo que acababan de ver mis ojos. La pequeña Silvia sabía muy bien lo que tenía que hacer. A lo mejor era ella quien debía protegerme a mí.

jueves, 16 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo VII


VII


Mentiría si dijera que no me dolió. Con los Zaho había alcanzado lo más parecido a la felicidad que había tenido nunca cerca de mis dedos. Ahora debía volver a nacer, volver a buscarme la vida.

La felicidad… a día de hoy, aún la persigo. Quizás perseguir no sea el verbo apropiado… más bien esperar, anhelar. Creo que muy a menudo mi sociedad se confunde. La felicidad no es la ausencia de tristeza o preocupaciones. Es algo más. Siempre es algo más… ¿pero cómo voy a definir el olor de un perfume que nunca he disfrutado?

Lo que sí sé es que yo no podría tener la cabeza vacía. Yo siempre tengo ideas y preocupaciones; eso me hace sentir que sigo funcionando. Otros preferirían tenerla vacía, y lo llaman a eso felicidad o paz. Bien, supongo que podría decirse que yo alcanzo la paz estando en guerra. Quizás sea yo el perro verde.

Sin embargo, no importa la idea de felicidad que tengan; ésta siempre ha estado lejos de mí. No he vuelto a tener un contrato como el que tuve con los Zaho. Volví a vivir en un piso de mierda en Orelan y me apunté al paro. Fui tirando a la vez que hacía alguna chapuza en algún jardín. Cuando vi que no era suficiente, comencé a repartir pizzas. Cuando vi que no tenía otra opción, comencé a vender droga.

Aquel mundo no era extraño para mí. Siempre la tuve cerca. Aún recuerdo amigos del instituto atrapados por ella, incapaces de alejarse, de moverse… hace tiempo que no sé nada de ellos. Yo me mantuve firme y no entré, es más, la rehuía siempre que podía. De repente se convirtió en mi última alternativa.

Empecé cultivando marihuana y más tarde me dediqué a vender otras sustancias ilegales. Todavía son ilegales sí. Yo soy de la opinión de que deberían legalizarse. Con prohibiciones, la gente no desarrolla su inteligencia salvo para obtener lo prohibido. Un día escuché que deberían prohibir los libros. Qué razón.

Seguía recordando a Maggie. Era incapaz de asimilar su muerte, su asesinato. ¡Qué tragedia! El caso se cerró sin más, y no porque fuese extremadamente claro. Yo que había estado próximo a ambos poseía muchas más preguntas, aunque prefería guardarlas para mí. Además, Silvia nunca vino a verme. Tampoco yo a ella, es cierto. Nadie pareció interesado en investigar el caso. Ni siquiera Silvia.

Puzzle de Medianoche: Capítulo VI


VI


Como jardinero me dedicaba a proteger la naturaleza, a tratar a los hijos de la tierra. Pero un vicio que nunca perdí, fue el del tabaco. Menos mal que para esta noche tengo cigarrillos suficientes.

Las hojas del calendario que se pasaban cada treinta días pertenecían al año 2013. Silvia tenía 21 años y estudiaba la carrera de Psicología. ¡Quién lo iba a decir! Pero claro, Robert y Maggie estaban dispuestos a pagar cualquier capricho de la niña, así que sus estudios no iban a ser negados. En menos de dos meses, Silvia había tenido dos accidentes. El primero de ellos fue con la moto: una aparatosa caída en el centro de Orelan, que le provocó una cicatriz en la cara. Como consecuencia, dejó la moto y apostó por el coche; semanas más tarde, chocaba contra otro vehículo al saltarse un semáforo. El coche quedó destrozado pero ella se encontraba bien.

Debía de reconocer que Silvia se había convertido en una mujer increíblemente bella. Solía llevar el pelo recogido en una coleta, dejando caer siempre algún mechón por su rostro. Sin embargo, había tomado un camino peligroso. Sus salidas eran constantes, y no me fiaba ni un pelo de sus juntas. Además, nuestra relación se había roto desde el grosero incidente con Marcos. Le prometí un secreto y pareció que pactamos votos de silencio. La joven Silvia no reconocía al jardinero que la había acompañado en su infancia.

Si algún día las cosas parecieron ir bien, no era por entonces. Pero las cosas siempre pueden ir a peor. Me dirigía a Collet un día de julio de 2013 cuando vi tres coches de policía en mi jardín. Me acerqué todo lo rápido que pude para comprender lo sucedido. Margareth Pollard, Maggie, había sido asesinada a manos de su marido, Robert Zaho. Me quedé helado.

Robert se había entregado a la policía. A las afueras del recinto encontré a Silvia, y automáticamente me fui hacia ella. Me sorprendió el olor del humo que la rodeaba… era marihuana. Le pregunté que cómo se encontraba, a lo que respondió con un bufido y desviando la mirada al tendido. Entendí que debía marcharme.

Días más tarde decidí telefonearla;  yo tenía un contrato.

-Voy a quedarme yo con la casa, Óliver. Gracias por tantos años sirviéndonos pero ya no te necesito; yo no pretendo presumir de jardín, y lo poco que aprendí de ti en mi infancia servirá para mantenerlo. Ingresaré en tu cuenta lo que mi familia te debe.
-… de acuerdo. Oye, no quiero parecer grosero, pero… ¿por qué? ¿Por qué mató Robert a Maggie?
-Mi madre siempre ha tenido miedo de regresar a la pobreza. Por ello nunca perdió el contacto con hombres influyentes, siendo una “buena amiga”. En los últimos meses, el Partido Este sondeaba mandar a la mierda a mi padre, por capullo. Mi madre dejó de ser solo una amiga para algunos…

Efectivamente, en su declaración Robert Zaho confirmó que se trataba de un crimen pasional. Fue condenado a cadena perpetua.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo V.


V

La adolescente Silvia comenzó a salir con Marcos en mayo de 2005. Ambos forjaron un amor infantil e inocente, el primero, por tanto puro. Se veían todos los días pasando horas y horas juntos. Esto provocó que yo volviese a mi triste aunque añorada por otra parte soledad; mi relación con Silvia se diluyó a un “hola” y “adiós” fugaz.

En marzo de 2008, en vistas a cumplir tres años de relación, me sorprendió ver a Marcos entrar de forma apresurada en la casa, pasando por el jardín. Ni siquiera me vio, lo cual no me molestó pero me pareció significativo. Obvio; los Zaho habían salido a ver una obra de teatro. “¡Já!, jóvenes…”. Sonreí para mí y volví a mis labores.

Permanecí alrededor de una hora reflexionando sobre el sexo. Tampoco es que mi actividad sexual haya sido bárbara, pero sí tengo unas ciertas opiniones. A pesar de que el sexo nunca dejará de ser sexo, hay que ver qué simplista se había vuelto todo. Y no lo pensé por Silvia y Marcos, no. Ahí había amor. Pero hoy en día, el amor en el sexo era un bien escaso. Podría decirse que la actividad sexual se acercaba más a lo que podía ser un deporte.

Como digo, una hora después de entrar, Marcos salió. Esta vez más a prisa que como llegó. Silvia no había salido con él. Tampoco se había asomado a la puerta para despedirlo. Decidí pasar para comprobar qué sucedía. Algo no pintaba bien.

Escuché el llanto de Silvia, en su cuarto, desde el salón. La puerta se encontraba abierta de par en par. La cama estaba deshecha, y el resto de la habitación… igual. Busqué en los ojos de la niña una explicación.

-Ha sido horrible…- fue la respuesta.

Resultó que Marcos había tenido un problema con los preservativos; el látex le dio alergia. En medio del calentón, los chicos no supieron parar, echando el resto en una loca marcha-atrás poco efectiva. Marcos eligió marcharse, dejando a Silvia rota.

Acompañé a la pequeña Zaho a una farmacia para comprar una píldora del día después. Verdaderamente, no sé qué cojones hacía yo metido ahí. Supongo que había enfatizado con la chica.
Silvia andaba muy nerviosa antes y después de ingerir la píldora. Sudaba copiosamente.

-Será nuestro pequeño secreto, ¿verdad?- se repetía la escena, pero esta vez su mirada era suplicante.
-Sí, Silvia…

Me miró como si desconfiara de mi palabra y prestó a tención a cómo encendía el cigarro que acababa de llevarme a la boca. Entonces ella sacó otro de su bolsillo.

-¿Me das fuego?

Sorprendido, acerqué el mechero mientras ella con sus manos lo protegía de la brisa amenazante.

Puzzle de Medianoche: Capítulo IV


IV


Entre mis mejores recuerdos siempre quedará una tarde de mayo. Silvia había cumplido ya los trece años. Yo me encontraba en el jardín con mis rosas y mis cosas, ustedes ya saben. Eran cerca de las cuatro y Silvia ya debería haber llegado de su instituto. Su primer año de instituto, quién no lo recuerda con cariño. Todo tan extraño, tan desorientado… con miedo, incluso. Aquella época en la que los niños querían ser futbolistas, bomberos, astronautas, y las chicas escritoras, modelos, diseñadoras…

Yo quería ser juez. O abogado, o yo que sé. Yo quería hacer justicia. Era mi mayor ambición. Mi educación me había mostrado realidades que pocos de aquellos ilusos futbolistas, bomberos o astronautas, conocían. Ninguno, me atrevería a decir. Yo ya sabía que la vida era una mierda. Una mierda muy injusta. Me habían enseñado a distinguir entre buenos y malos, de lo que deduje que los buenos temen a los malos pero los malos no temen a los buenos. Y yo quería que a mí me temieran los malos.

Sin embargo, la escuela de la calle, de mi calle, me enseñó y me demostró que el mundo es demasiado complejo como para distinguir entre buenos y malos sin más. Todo lo que hacemos tiene un motivo y un efecto, así como todo lo que pensamos. Inclusive, la mayor locura jamás antes cometida por el mayor de los locos. ¿Pero que levante la mano el loco, no?

Una tarde de mayo yo me encontraba en el jardín con mis rosas y mis cosas cuando los vi llegar. Silvia caminaba junto a Marco, vecino y de su misma edad. Silvia apretaba su carpeta contra su pecho y sonreía mirando el suelo. Marco no perdía de vista aquellos tirabuzones dorados que le impedían contemplar sus verdosos ojos. Iban de la mano.

Decidieron detenerse en una esquina antes de separar sus caminos. Los dos se miraron y se buscaron el iris. Él agachó la cabeza y ella elevó la barbilla. Se besaron con timidez y silencio. Efímero, para que el momento fuera solo suyo.

Al entrar en el jardín aún le duraba una sonrisa traviesa. Me miró y le devolví indiferencia en el saludo. No quería parecer un cotilla.

-Será nuestro pequeño secreto, Óliver - me dijo.

Al girarme, ella esperaba una respuesta.

-No lo dudes, mi niña.

martes, 14 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo III


III


Los años pasaban como brotan y caen las plumas de los árboles alados de hoja caduca. Yo siempre había sido una persona solitaria y casi oculta, refugiado en el silencio y abrigado en la naturaleza. No obstante, las cosas cambiaron; acepté sacrificar el recogimiento de mi soledad en favor de la atención y el entusiasmo de Silvia. En un pasado de esquinas y pasillos sin luz como el mío, sonrisas como la de aquella chiquilla no tenían lugar. Aquel mi presente se llagaba entre esos dos finos labios inocentes y vírgenes. Cada minuto de mi vida a su lado se convirtió en un constante mirar al reloj para contar los segundos que discurrían entre destello y destello. Por suerte eran pocos, y mirando al futuro, me aterraba volver a aquellas esquinas y a aquellos pasillos.

Mas creo que aún no he hablado de Maggie, ¿cierto? Oh, Maggie era una mujer preciosa. Suponía que Maggie algún día fue tal como era su hija, y que tarde o temprano Silvia terminaría convirtiéndose en una hermosa mujer, a semejanza de su madre. Maggie era una superviviente. Desarraigada, su “familia” la abandonó, y la pequeña vagó de hogar en hogar sin poder huir del pozo de la pobreza. Y el hambre agudiza el ingenio.

Ni que decir tiene que todo esto no lo sé por su propia boca sino por la de Silvia, muchos años más tarde. Maggie, en su infancia, vio cosas. Y el mayor terror en su vida fue siempre volver a esas cosas. Pese a haber nacido en uno de ellos, hay pozos a los que uno no quiere volver jamás. Yo no conocía los argumentos de Maggie, pero sí los míos como para tener miedo al pensar en un futuro igual que el pasado.

Maggie no tenía un trabajo fijo ya que Robert no quería que así fuera. Disponía de total libertad, y pasaba mucho tiempo fuera de casa desde que me gané la amistad de Silvia. Iba de compras, salía con sus amigas, acudía a eventos culturales y deportivos… esto no ayudó a la infancia de Silvia, pero claro, ahí estaba yo.

lunes, 13 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo II

II



Comencé a trabajar para los Zaho cuando la pequeña Silvia tenía cuatro años. Recuerdo el sol de aquel verano. Echando la vista atrás, nunca se metieron en mi trabajo: yo cumplía, ellos pagaban… al menos al principio. Por aquel entonces –verano de 1996- los Zaho vivían en Coret, un pueblecito a las afueras de Orelan, donde trabajaban Robert y Maggie.

Me ocupaba de un jardín precioso, pero mal cuidado. Me costó entender que pudiera desatenderse de aquella forma la belleza. Robert solía dejarme el periódico al mediodía tras haberlo leído él, y en ocasiones me permitía llevármelo. No obstante, no cruzábamos palabra. Tampoco lo necesitaba. Maggie solía traer un zumo y algún dulce cuando el sol apretaba. Ella era educada con las palabras.

No podía quejarme de mi situación: trabajaba en lo que quería, sin ser molestado, con un material de lujo, y me pagaban bien. Los Zaho parecían satisfechos. Sin sobresaltos… hasta aquel día. Me hallaba concentrado en una poda cuando escuché a mi espalda que algo se zambullía en el agua de la piscina: la pequeña Silvia se ahogaba. Sin pensarlo dos veces me lancé de cabeza y conseguí rescatar a la niña antes de que fuera demasiado tarde. Tras asegurarme de que Silvia respiraba, me dejé caer en el césped, abatido.

Atónito, me paré a pensar en que los Zaho continuaban inmunes a lo sucedido. Cargué a Silvia en brazos y me aproximé a la puerta de la casa, golpeando el cristal. Robert abrió y nos dio la espalda sin dejar de hablar por su móvil. Ni se había percatado de la toalla que envolvía el menudo cuerpo de su hija. Silvia podía haber muerto ahogada perfectamente tras el despiste de una puerta abierta al jardín.

Decidí no informar a los Zaho de lo sucedido, pero Maggie me encontró con la pequeña en medio del salón. La madre exageró su sorpresa y se ocupó de la niña. Yo miré fijamente sus ojos, y volví al trabajo. Desde aquel momento, Silvia pareció asimilar desde su infantil ignorancia, o inocencia, que me debía algo. Comenzó a frecuentar visitas hacia el jardín, recibiendo yo una doble responsabilidad, ésta segunda como niñera.

Tengo que reconocer que ya por entonces los mechones rubios de Silvia se dejaban caer sobre unas mejillas carnosas que aullaban a dos lunas verdosas. La niña se convirtió en mi mejor compañera. A cambio, yo la protegía de las arañas que tanto la asustaban.

domingo, 12 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo I


I


Realmente, no sé muy bien qué cojones hago a estas horas de la noche escribiendo esto. Estoy tratando de contar una historia que merece ser escuchada, pero me faltan datos. Estoy tratando de introducirme en la cabeza de una mujer sin serlo. De sumergirme en sus pensamientos, emociones y sentimientos. Qué coño, estoy tratando de bucear en su subconsciente. Y todo sin haber escuchado nunca a una mujer, o al menos, nunca del todo.

Yo conocí a Silvia. Yo la vi crecer; saludar, besar y escupir a la vida, hasta que la vida la escupió a ella –antes que a mí-. La vi dando su primer beso. La vi reír y me ofreció su sonrisa; la vi llorar, y le ofrecí mi hombro. Yo supe cuando perdió la virginidad, aquella tarde de finales de marzo. Yo le di fuego en sus primeros cigarros; yo la vi liando sus primeros porros. La vi cuando volvió a casa con una cicatriz en la cara por un accidente con su moto y la vi llegar con el coche destrozado conduciendo sin carnet.

Pero no, yo no soy su padre. Esa responsabilidad corresponde a Robert Zaho, un politicucho del Partido Este. Ya saben, el típico idiota que termina introduciéndose en política, ganando dinero y fama a costa de ser humillado en su infancia. Casado con la madre de la criatura, Margaret Pollard. Si les soy sincero, nunca se quisieron. Conveniencia, o eso dicen. ¡Y eso que yo creía que aquello ya quedó atrás! La experiencia me demuestra que lo que ha quedado atrás, es el romanticismo.

Pero ni tengo toda la noche ni les interesa la opinión de este vagabundo. Porque, a propósito, soy vagabundo. Un pobre. Un sin techo. Sin techo y sin paredes en las que apoyarme, y no hablo de cemento. Pero hubo un tiempo en que yo tenía un trabajo al que podríamos catalogar de decente. También una casa, aunque no estuviera a mi nombre. Porque tengo un nombre, ¿saben? Es de lo poco que me queda. Se lo diré por si muero congelado –o me matan, quién sabe- antes de terminar esta historia, lo cual sin duda sería una verdadera lástima.

Mi nombre es Óliver Pramol, y fui jardinero de la familia Zaho cuando Silvia comenzó a construir su puzzle.