Me dice que os cuente que se ha levantado con
los ojos mojados, y es raro, pues hace años que no llora. Que las noches le
recuerdan lo malo que habita en su interior, el sufrimiento dejado, alejado por
los kilómetros impuestos. Quiere que os cuente que aún recuerda la ciudad.
Le cuesta pero reconoce que la convirtió en
idea. Quizás fue la primera vez que dejó manchado el vestido de lo desconocido
por su causa. Aunque no es menos culpable la ocasión, la última ocasión, en la que
dejó escrito su nombre. Cuenta que, ciego, lanzó al mar su corazón, y que ahora
deambula por puertos y calas buscándolo.
Que pasa frío, aun abrigado. Que el idioma es
distinto y todo le suena nuevo, pero no extraño. Ríe, disfruta y se siente
feliz, pero no olvida ese olor. Aunque lo intente. Sus esquinas, sus ventanas,
las farolas que no se encienden. Aquel bar que jamás abrió, el banco desde el
que vio amanecer. La pared donde comenzó un poema, la plaza donde lo terminó. Fuentes
que ahora susurran su nombre, aullando como lobos con pena. La incomprensión al
ver que las calles no llevan el mismo nombre. Aunque persiga ideas.
Dice que no la echa de menos, pero que la
recuerda. Que la sigue queriendo, pero que necesita respirar.