Dicen que la vida es un teatro barato, una burda comedia, una ironía de su esencia. Una película de actores reemplazables de la que creemos ser director, y no somos más que el payaso. Me empeño en rasgar folios buscando mi propia voz pero me palpo la nariz y la punta es redonda y de plástico.
Pasan los días y el sol y la luna fichan por oficio. En este circo, la única salida parece estar en el techo. Pero sigo madrugando, plantándome de frente, con la única certeza de que mi mayor miedo es convertirme en lo que juré matar. Me equivoco de truco todos los días y me lanzan cuchillos que tiran a darme y que tampoco sé esquivar.
¿Absurdo, verdad? A veces yo también lo pienso, hasta que el destello de la hoja me deslumbra y me hace feliz. Será que prefiero vivir con los ojos cerrados y acariciar con una mano que no existe una mejilla que no es real.
Después la carne se abre, y eso sí que salpica. Recupero la vista y contemplo a un tirador ya acostumbrado. Por compasión, o eso creo, ha vuelto a advertirme mi error e incluso me ofrece una escalera de veinte metros. Y lo pienso... mas acabo dándole una patada y dejando que se haga añicos contra el suelo.
Porque no concibo mi vida más allá de ese brillo y esa sangre; la adrenalina en las venas cuando el viento silba. Porque todo lo que vale la pena conlleva un sufrimiento, y se que al otro lado también soy imprescindible. Por esta parte, es mi sola responsabilidad el recorrido del dolor; del destino, el de la pena.
(Guiña un ojo)
-Prepara la cubertería.
P.D.: A ti que estás leyendo.