Vuelvo del IX Congreso de Periodismo en Ceuta. Hace algo más
de un año que acudí a la VIII edición, y aquella fue la primera vez que el que
aquí escribe se sintió periodista. La primera vez que me hablaron de
profesional a profesional. Para mí supuso enfrentarme cara a cara con lo que
quería ser en el futuro. Y el reflejo me gustó. Mucho.
Si tenía alguna duda con respecto al periodismo, se
solucionó en aquellos dos días. Comprendí que el periodismo era lo que me
llenaba, y quería dedicarle mi vida. Por aquel entonces, yo era un estudiante
de primero de carrera con menos de un mes en la Facultad. Era inocente y tenía
ilusión. Creía en el periodismo de calle, en salir y contar lo que había ahí
afuera. También creía en ser duro con los malos, en devolver a los políticos
corruptos su azote y denunciar las injusticias. Hoy en día suscribo esas
intenciones; pero de otra forma.
No soy tan ingenuo. Hay cosas que no me sorprenden de la
vida, pese a que no dejen de parecerme injustas. Hay que seguir luchando contra
ellas, pero he comprendido que no a través de una ideología. He comprendido un
poco más la condición humana y sé que tiene un lado oscuro. Un curso fuera de
casa que ha esculpido mi personalidad y mi carácter. Ahora no soy quién era, he
cambiado mi forma de ser. Sigo siendo igual de payaso y bromista, pero ya no
soy tan tonto. Ahora soy más serio, aunque ya tenía esa faceta de antes. Más
cortante, más seco. Conociendo a mi propio yo y emprendiendo mi propio camino
hacia mi verdad.
Hoy hace un año que publiqué mi primer artículo en Diario
Fénix. Un año desde que un domingo soleado en Málaga, José Manuel García me
envió un mensaje pidiéndome mi número de teléfono. Hablamos, y me comentó que
le gustaba mi escritura. Que quería contar conmigo. Que él dirigía un barco, y
quería contar conmigo para remar. Así empecé en el periodismo. Lo que empezaron
siendo artículos metafóricos se transformaron en crónicas y reportajes, tanto
deportivos como de información general. He cubierto desde la final de la
Champions League hasta el naufragio de Lampedusa o el adiós de Berlusconi a la
política. He estado hasta las dos de la mañana informándome y escribiendo sobre
el atentado de Boston o el descarrilamiento de Santiago de Compostela. He
entrevistado a manifestantes. Me han amenazado con denunciarme por lo que
escribo. Acabo de comenzar a trabajar en una televisión local malagueña. La
primera vez que me enfrento a una cámara. He crecido mucho más de lo que podría
haber imaginado, y eso me llena de orgullo.
He aprendido a dotar a mi periodismo de un elemento
diferencial. La pasión y la buena escritura, la emoción unida a la sobriedad y
el rigor, así como una documentación previa que considero notable. Sé que puedo
hacer de mi nombre una marca personal que me distinga del resto y me ayude a
llegar lejos. He conseguido destacar en mi clase y que compañeros me miren con
respeto, que profesores me reconozcan la labor y que periodistas profesionales
se fijen en mi, se preocupen por mí y me digan que puedo vivir de esto. Que me
ayuden.
He perdido el respeto al periodismo. Puedo reconocer cuando
un profesional no es buen profesional. Me atrevo a juzgarlo y a pensar que yo
podría hacerlo mejor. Y eso es malo, muy malo. Tengo mucho que aprender y debo
recordarlo siempre. Lo sencillo es difícil en este oficio. Pero no hay que tenerlo
miedo, y eso lo he perdido.
Me he enamorado del periodismo, de sus altibajos, de sus
crisis. De contar historias. Porque el periodismo es inestable pero me ayuda a
orientarme y encontrar mis prioridades cuando me desvío. El periodismo me
estabiliza y me sirve para sentirme útil y bueno en lo que hago. Soy bueno en
lo que hago, puedo ser un gran periodista. Estoy completamente seguro. Lo único que pido es que la pasión no me abandone, porque sin pasión nada tiene sentido.
No soy el que era hace 365 días: soy mucho mejor.