domingo, 3 de noviembre de 2013

El beso del ciervo

Me siento perdido, pero conozco el nombre de las calles. La duda la encuentro al reflexionar sobre la dimensión que huelo, siento y sangro. Sea cual sea la realidad que me acaricia el pelo por las noches y me conmueve, sé que yo elegí estar ahí. Eso es lo más importante. Soy libre; yo elegí estar aquí.
Por ello no debo quejarme del frío. Si el fuego se hizo hielo, que hielo sea. Si la luz se torna en oscuridad, que oscuridad sea. No debo tener miedo.
Todo por el camino. Soy un cazador atípico que perdona vidas mientras busca al ciervo que merezca su beso. Soy un sastre llorón que no vierte lágrimas.
Tampoco debo caer en el error de pensarme algo superior, aunque haya un ser superior en mi interior. Como en el de todos, por otra parte. Debe haber algo más, una especie de Dios que mueva los hilos. Porque hay cosas que no tienen explicación y que uno solo puede resignarse a aceptar.

Así es como el romántico cazador de ciervos se transforma en ciervo y se hace desear para fluir, correr, beber, alimentarse, estar solo. Le tienta el arma, la parte oscura del alma… aunque siempre acabe perdonando vidas.

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