El ser humano es simple. El hombre es sencillo y por regla
general, inútil. Una vida es demasiado leve, demasiado frágil, demasiado
fina... Alrededor de 90 años, trescientos sesenta y cinco días, un día son
veinticuatro horas. Y algunos duermen durante más de diez de las veinticuatro.
¿Y qué es una hora?
Para colmo de lo absurdo, nos empeñamos en diseñar la vida.
Con locura, pintamos usando témperas las paredes del dormitorio del recién
nacido. Dejamos migas de pan en el camino que deberá recorrer, no en el que ha
dejado atrás. Respeta a tu familia, busca la armonía. Ama a alguien de distinto
sexo, ten un trabajo decente que te permita levantar la cabeza al volver a
casa. Ten hijos. Ahí cambia tu posición en la cadena, que vuelve a empezar para
otra persona. Sólo la religión comienza a ser prescindible. Todo lo que
signifique escapar a esta red condena al individuo al ostracismo, a la
marginación.
Podría decirse que cada ser humano es encuadrado en un
puzzle de un millón de piezas desde su nacimiento. El problema es que la luz le
golpea siendo una sola, y cuando por fin respira por sí mismo, no llega a las
cinco. A pesar de esto, ya hay un puzzle para el ser. No contamos con piezas
que no encajan porque no encuentran su lugar, con piezas que no encajan y deberían,
piezas que encajan y no deben...
Giran la mirada cuando encuentran un puzzle roto, arrojado
en un contenedor, sólo porque no encajaron las piezas que ellos quisieron que
encajaran...