lunes, 9 de abril de 2012

EL FRÍO DEL FUEGO

El frío del fuego

16.3.09


 Pasaban tres minutos de la medianoche cuando la fina vena que se dibujaba en el cuello de ella dejó de latir. Ni siquiera su feroz intento por aferrarse al tren de la vida lo llevó a detenerse. Pudo sentir como sus labios, esos labios que tanto se resistían, perdían calor para yacer inertes. Pudo sentir cómo se enfriaban, poco a poco, junto a los suyos...




 A lo largo de la historia, han destacado dos vías diferentes de afrontar la vida y tomar decisiones, y, a primera vista, tan opuestas como incompatibles. Sin duda, hablamos de ser guiados por la razón, o ser guiados por nuestros instintos.

 Innumerables pensadores han dedicado sus vidas al estudio de ambas conductas, habiéndose impuesto la racionalidad como la más inteligente, lógica y acertada, siendo la reflexión la puerta hacia la verdad, hacia la razón.

 Pero… ¿resulta esta conclusión siempre veraz? ¿Hallamos la razón al contar hasta diez antes de actuar? Nuestra mente también puede engañarnos, y hacernos actuar de una forma o de otra según el grado de irracionalidad que la domine.

El encuentro

 La luz de Granada hizo a Roberto abrir sus ojos aquella mañana. Sí, el inicio de su andadura en la Facultad de Derecho de la ciudad de la Alhambra había llegado. Por un lado, afrontaba con ilusión el inicio de su vida universitaria; pese a no ser una persona a la que le gustase competir, Roberto tenía grandes aspiraciones. Por otro lado, la incertidumbre que sentía al no conocer a nadie en la Facultad, se tornaba por momentos en miedo a no ser aceptado.

 Meticuloso, se dio una ducha, se vistió (elegante, pero sin querer parecer glamuroso), ordenó su cuarto, y, con la mochila a la espalda, partió en busca de su destino. Sentía respeto, pero jamás miedo, ante los duros años de estudio que le esperaban. Era una persona convencida de sus capacidades, acostumbrada a destacar.

 Atravesó el hall de la Facultad aflorando en él una sensación de soledad que no le abandonó durante las primeras horas. Todos agrupados en corrillos, riendo. Él, solo y expectante. Sin detenerse, Roberto fue directo al aula. Sintió puestas en él muchas miradas, aunque a veces fuesen sólo producto de su imaginación. A su izquierda, nadie sentado. A su derecha, nadie sentado. Su única compañía, su soledad.

  Esto acabó cuando llegó ella. No iba acompañada, pero no parecía importarle. Caminaba risueña sorteando asientos ocupados, hasta que dio con uno vacío, junto a Roberto.

-¡Hola! Me llamo Eva, y por lo que se ve, ¡seremos compañeros!– no sabía ni cómo se llamaba él, pero sus facciones desprendían una simpatía entrañable.

-Hola…me llamo… Roberto- su nula sociabilidad lo llevó a tartamudear. Para sí, maldijo su torpeza.

 Pese a lo extraño del primer encuentro, Roberto supo que esa sonrisa jamás le sería indiferente, y que Eva se convertiría en una persona muy especial en su vida, al menos, durante ese año.

2 meses más tarde

 Con la llegada de las fechas navideñas, Roberto vio cómo su inseparable amiga Eva partía hacia su Tarragona natal. La amistad entre ellos era muy fuerte: estudiaban juntos, iban juntos al cine, cenaban juntos… Roberto no volvió a sentirse solo nunca más; la tenía a ella.

 La separación fue desesperante para él. ¡Cuánto la echaba de menos! Ella, sin embargo, se despidió con el habitual calor de su sonrisa. Roberto no pudo evitar estremecerse ante el roce de sus rosados labios con su mejilla, y no pudo dejar de observar esa melena morena que se alejaba cada vez más de él.

 Tumbado en el sofá de su salón, mirando la televisión sin mirarla, Roberto volvió a sentirse solo. El 24 de Diciembre, cenando, descubrió algo nuevo: la ansiedad por ser algo más que un amigo para Eva, unida a una tímida atracción sexual. Hasta entonces, Roberto había atendido leal todas las confesiones amorosas de Eva, pero ahora todo era diferente. Nunca volvería a ser lo mismo.

Tras las vacaciones de Navidad

 El reencuentro fue muy humillante para Roberto; no pudo mirar a Eva a los ojos. Ella, sin embargo, lo abrazó con pasión y no pareció notar el cambio de sentimientos en su amigo. Roberto excusó un inexistente dolor de cabeza para no continuar la tarde con Eva. Simplemente, no podía.

 Los días que siguieron se transformaron en soledad entre frustración y lágrimas para Roberto. Su contacto con Eva se limitó a las horas en la universidad, y gracias a la llegada de exámenes, usó el argumento de querer prepararlos de forma individual como pretexto para no verla. El miedo a perder la amistad, así como el temor a su rechazo, hicieron a Roberto refugiarse en sí mismo, pretendiendo sanar esa enfermedad a la que consideraba su enamoramiento.

 Porque, al fin y al cabo, Roberto se consideraba un enfermo. Su corazón pétreo no acostumbraba a dar amor a nadie. El divorcio de sus padres y la inexistencia de hermanos poseían parte de culpa. Su momentánea huida de Eva perseguía eso: curarse. Mas nada más lejos de la realidad, este enfermo de amor empeoró hasta no poder levantarse de la cama. El amor lo estaba matando.

 Y pasó Enero, como llegó Febrero y, sin tocar a la puerta, irrumpió Marzo. En el corazón de Roberto se libraba la batalla entre la ilusión y el miedo, tan clásica como novedosa para él. Deseó poder escribir lo que sentía, pues afirman que libera, mas no nació con ese don. Por tanto, se limitó a observar el suelo en busca de una respuesta, de una señal que le indicara cómo actuar. Sin duda, era consciente de tener algo que perder, pero también mucho que ganar.

 Por otro lado, recordó la mirada de Eva. Sin duda, había cariño. Había aprecio. ¿Habría atracción? Tendría que descubrirlo. Pero algo sí sabía: había amor. ¿Qué amor? No podía saber con certeza su extensión, los parajes que frecuentaba. Pero fue suficiente. Tomó la decisión. Agarró el móvil.

-… ¿Eva?...Soy Roberto… sé que últimamente he estado distante, pero me gustaría recuperar el tiempo perdido y explicártelo todo… ¿De veras?... ¿A las siete? Sí… sí… ¿en tu casa?... Bueno… vale, vale… ¡sea!-y colgó. Primer asalto y seguía en pie. Viento en popa.

La cita

 Lo que fueron cuatro semáforos a Roberto le parecieron miles. Sudaba copiosamente, inquieto pese a reposar en un asiento del autobús. Deseaba llegar al piso de Eva. Sonreírle desde el pasillo. Abrazarla. Sentir su calor. Quizás besarla… no, no. Eso lo dejaría para el final. El miedo había desaparecido. Se sentía fuerte. Esbelto. Se sentía caballo ganador. Sabía que Eva era su doncella. Que ella también lo esperaba. Que sus labios unidos darían un nuevo sentido al universo. Casi podía saborearlos…

 Tras cruzar el umbral del portal, Roberto llamó al ascensor. Uno…dos…tres segundos. Demasiado tiempo. Apurado, Roberto ascendió por la escalera dando saltos hasta llegar a la tercera planta. “Eva”. Dobló la esquina del pasillo y la vio esperándolo en su puerta. ¡Qué abrazo tan efusivo! En el fondo, Eva lo había echado de menos. Roberto… Roberto estaba eufórico. “¡Por fin!”. Entraron muy juntos en el piso, hacia el salón.

 Ya acomodados en el sofá, comenzaron una profunda charla que tocó todos los palos posibles: familia, vacaciones, exámenes, la infernal política… hasta que llegaron al tema ansiado por Roberto. Era hora de entrar en acción.

-Bueno… ¿y qué te mantuvo tan ocupado este tiempo? Realmente, te eché de menos. Eres muy importante para mí.-fue Eva quién comenzó con el asunto. Esto agradó a Roberto, aumentando su confianza y autoestima.

-Pues, verás, Eva… Siempre he sido una persona reacia a mostrar mis sentimientos… Pero en la vida hay momentos en los que son éstos los que derriban la puerta, huyendo de tu interior y buscando la luz que inconscientemente persigues en otra persona. Me ha llegado ese momento. He sentido miedo, pero ahora solamente siento ilusión…-Roberto se vio interrumpido.

-Oh, ¡qué hermoso! Precisamente a mí me gustaría hablarte de algo parecido… pero sigue. Dime, ¿quién ilumina tus sueños?

-Eva… tú. Tú, y sólo tú. Tú iluminas mis sueños. Mis sueños, así como iluminas toda mi vida. Iluminas cada rincón que observo. Eva, te amo…

 Roberto esperó encontrar alegría. Una tímida sonrisa. Quizás lágrimas. Pero no. Sólo encontró miedo. La sorpresa y la pena anegaban los ojos de Eva, que, tras observar los impacientes labios de Roberto, se aferró a sus manos, disculpándose.

-Roberto…lo siento… pero lamento decirte que no siento lo mismo…-Eva se derrumbaba.

 Roberto no daba crédito. Lo había rechazado. ¡A él! Permaneció petrificado, con las manos de Eva sobre las suyas, durante unos segundos que fueron horas. Su Eva… ¡su soñada Eva! Su Eva arrojaba su invitación a un mundo de fantasía al fuego de los indignos. El dolor agrietaba el corazón de Roberto. Casi dejó de latir. Hasta que apareció él: una voz en su cabeza, que le ordenaba tomarse la justicia por su mano. Pensó que sería su conciencia, y ante su repentina fragilidad, se aferró a ella.

-No…no…

 La inmovilizó en el sofá, oprimiendo los labios de Eva con los suyos. Ella se resistía. En los primeros instantes, silenciosa. Mas comenzó a gritar cuando Roberto comenzó a rajar su blusa, a bajar su pantalón, y a abrirse la bragueta. Eva gritó. Pero nada detuvo a Roberto, aquel que instantes atrás, la amaba. Combatía con fiereza, desesperada, ante aquel a quien consideraba su mejor amigo y que ahora era su agresor.

 Roberto actuaba con frialdad, mas enloquecido por dentro. Su corazón latía con fuerza. Ante la oposición de Eva, Roberto colocó sus manos en su delgado cuello. En ese instante de fervor, no se detuvo a calibrar su fragilidad. Y la besó. La besó apasionadamente. La besó como a la mujer de su vida, hasta que apreció que besaba unos labios inertes. Unos labios que no respondían.

 Eva, la que hasta hace unos meses fue su mejor amiga. Eva, la que apenas unos minutos en el pasado fue su amada. Eva, aquella que siempre fue especial para Roberto, yacía asfixiada bajo su cuerpo.



Fin

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