Soraya era una niña de once años que vivía en Guinea
Ecuatorial, pero por culpa de la pobreza su familia tomó la decisión de
marcharse en busca de un mejor futuro y una vida mejor.
Después de mucho viajar encontraron un pueblo de Andalucía en
el que se quedaron a vivir. A su padre le costó mucho encontrar trabajo, pero
lo encontró: un trabajo de pescador.
Soraya entró en un colegio llamado “Gran Fraternidad”. Allí
las cosas no le fueron muy bien: ella se presentó a su maestra, Lupita Gómez,
pero durante las clases nadie le dirigió la palabra. Aunque lo peor ocurrió en
el recreo, cuando todos los niños y niñas se burlaron de ella; todos menos uno,
llamado Federico, que había tenido la misma suerte que Soraya.
Federico era un niño muy tímido y también uno de los alumnos
más apreciados de la profesora por su gran amabilidad. Federico sentía un gran
interés por conocer a Soraya, pero no se atrevía a presentarse. Los niños
descubrieron su secreto y lo llevaron hasta Soraya. Una vez frente a frente,
Federico se puso colorado sin saber qué hacer, pero entonces Soraya empezó a
hablarle y también él habló. Así pasaron días y días hasta que su amistad se
hizo natural: siempre iban cogidos de la mano y continuamente charlaban. Poco a
poco, los demás trataban a Federico como a un extraño más. Federico perdió
muchas amistades, pero la que había encontrado ahora era mucho mejor: había
encontrado a Soraya.
Un día en que los niños amenazaban a Federico e intentaban
pegarle, Soraya, que paseaba a su nuevo perro, se acercó a ellos para
ahuyentarlos. Los niños huyeron y Soraya pudo así ayudar a Federico. El perro
de Soraya era enorme, parecía un lobo y, de hecho, se llamaba Lobi; sin embargo
era un perro muy juguetón y apenas se enfadaba, al contrario, le encantaba que
le hicieran cosquillas en la barriga.
Un día la niña se puso enferma y no pudo ir a las clases. Su
madre fue a hablar con la profesora, pero encontró a Federico y él se lo
comentó a la profesora. Enseguida se ofreció a ayudar a su amiga. Por la tarde
iría a casa de Soraya.
Soraya estaba muy enferma. Su madre sabía cómo curarla, pero
no tenía el remedio curativo. Federico preguntó si podía hacer algo. Entonces
la madre le explicó que en aquel monte existí un antídoto, pero era muy difícil
conseguirlo: primero tendría que llover y cuando apareciera el arco iris habría
que conseguir agua bañada en sus siete colores.
Federico fue al monte a buscar aquella extraña medicina
porque tenía la fe de poder ayudar a su amiga. Para llegar tuvo que vencer
muchas dificultades. De pronto se puso a llover, apenas se veía el camino,
Federico resbaló y cayó al barro. De repente..., no podía creer que le estuvieran
ayudando…, ¡eran sus amigos! Lo ayudaron a levantarse y a continuar la búsqueda
juntos.
Siguieron avanzando hasta la cima de aquella montaña. Allí
apareció el arco iris, ¡no había parado de llover! En aquel momento se abrió
una puerta en el arco iris: en su interior había un mundo de fantasía en el que
se adentraron, todo tenía nos colores muy intensos allí. A lo lejos apareció
una figura acercándose: era el mismo rey Iris, el que tanto salía en los
cuentos. Y fue el propio rey quien le entregó el antídoto a Federico: el
antídoto que sanaría a su amiga.
Salieron del arco iris y fueron a casa de Soraya. Ella
estaba cada vez peor, casi no podía respirar. Federico le dio el bebedizo.
Pasaron cinco segundos… Pasado ese tiempo Soraya abrió los ojos. ¡Soraya sanó! ¡Y
qué contenta se puso al ver que tenía a tantos amigos cerca!
A partir de ahí, todo fue normal para Soraya, todos la
trataban como a cualquier otra niña, pero Federico siempre la apreciará entre
todas las demás.