jueves, 1 de diciembre de 2011

El miedo que impide iluminar la habitación.

 La muerte. ¿Qué es la muerte sino una realidad? Una realidad que no podemos evitar por más que se empeñe la fantasía. No existen brebajes que eviten lo inevitable: el fallecimiento. Y así, aceptando la muerte como una parte más de nuestra existencia (aunque sea la parte en la que finalice) recorremos nuestro camino a base de respirar.

 Recorremos la vida como serpenteando por un precipicio. Andamos sobre una delgada cuerda. Pie derecho. Pie izquierdo. El uno delante del otro. Pasito a pasito. Con miedo a caer al abismo, desconfiando de nuestro equilibrio. Pensando más en el abismo que en lo que aún queda por recorrer. ¿Merece la pena andar por la cuerda?  La fragilidad del ser humano enloquece. ¿Pero qué es mejor: ser consciente o inconsciente del riesgo al que nos sometemos? Yo no tengo dudas.

 Comparo la existencia del humano con una vela que arde. Una vela coronada por la llama. La llama arde angustiada. ¿En qué momento llegará la ráfaga de aire que me apague?  Encogida en su temor, la llama espera su fin. Evidentemente, el fin, como todo, llega. Pero esta angustia, este temor, le ha hecho no disfrutar su existencia como debería. Su combustión no demostró la fuerza del fuego. Su esplendor no iluminó la habitación como debería.

 En el momento en que perdamos el miedo a la muerte, conseguiremos vivir. Y no me refiero a perder el miedo con trucos ni mentiras, ni pensando en resurrecciones. Afrontemos la muerte como algo natural que siempre llega. Y no perdamos el tiempo esperando su llegada. Quizás dejemos de caminar con miedo. Quizás consigamos iluminar la habitación que es nuestra existencia.


Paz!

lunes, 28 de noviembre de 2011

Por un porro de maría y unas caladas.

 No tiene a donde ir. Mejor dicho, tiene demasiados lugares a los que ir y ninguno en el que quedarse. Las arrugas de su cara delatan su sufrimiento, el sufrimiento de no haber tenido padre, tener que dejar los estudios por la economía familiar sabiendo que no le ayudaría en nada. Vio huir a su madre de la vida tendida en un portal. Ojalá él hubiese tenido esa suerte.

 Durmiendo con el miedo de despertarse en llamas, ni el más cálido verano le evita pasar frío. Él no entiende de calentamiento global. Ha de soportar a imbéciles hablando de la calle. "Soy real, de la calle", pero luego en invierno buscan refugio en el brasero de su casa.

 Ve pintadas antifascistas y piensa: "¿Qué es eso?". Escucha discusiones sobre Rajoy y Rubalcaba, sobre Stalin y Hitler, fascismo, comunismo, anarquismo... Le duele la cabeza. "¿Para qué coño sirve esa mierda? Dame cuatro paredes y algo de comer."

 ¿Teorías conspiratorias? ¿Fin del mundo? ¿Los mayas? ¿Paraísos fiscales? Dale para vivir. La huida de su realidad, la encuentra en la droga. Unas veces un cartón de vino, otras veces unos gramos de coca. Observa a niños de papá y mamá fumando porros creyéndose más raperos, pero ellos tienen ya la vida solucionada, y la están tirando por la borda. No lo entiende. Vive de las limosnas, pero cada vez son menos, pues va por la calle gritando y asusta.

 ¿Su felicidad? Su felicidad la encuentra cuando se aísla del mundo. Perder el rumbo para sentir que toca el cielo. No cree en la religión porque sabe que Dios no existe y no le hizo falta morir para vivir en un infierno. Vive para encontrar el porro que le proporcione felicidad, su felicidad, la que no se busca en libros de economía ni de teoría comunista...

 Porque mientras nosotros nos preocupamos por gilipolleces, otros sólo se preocupan por sobrevivir, por los cinco minutos que le dure un porro de maría y sus caladas...



 Paz!