Cortaron la luz y la fiesta quedó en silencio. Palpé buscando la cartera a la altura del pecho y aprecié el vacío, más allá de las etiquetas de un traje robado y una camisa que devolvería planchada al día siguiente.
La banalidad te envuelve cuando calibras el peso de tus palabras, el coste de tu tinta. Descubres que no escribes lo que quieres. El enemigo entre tus sábanas y una voz insistente.
Me lo hacen tan difícil que evito mirar. ¿A quién le canto cuando procuro cegarme? ¿A quién le canto cuando la vergüenza me obliga a darme la vuelta haciendo como que no existe, como que no existes?
Sueño con ser de nuevo sin perder ni olvidar. Mientras, me pongo el sombrero y caigo, como el otoño.