lunes, 10 de septiembre de 2012

Magia.

 Recuerdo que hablaba con mi reflejo en el cristal del espejo cuando dejé de oírme. ¿Y mi voz? Aún podía seguir los pasos de mis últimas palabras y la estela de la sentencia inacabada arrastrándose por el cuartito de baño hacia la puerta. "Aquella sensación que me hizo sentir tan fe...". Hice un intento por atraparlas antes de que atravesaran el umbral, destrozando con sutileza el pestillo. Imposible.

Abrí la puerta y me vi en un extenso y estrecho pasillo. Las paredes eran viejas. Vi que una puerta se abría dando lugar a una chica. Se movía con gracia, y su mirada era intensa y penetrante. No parecía conocer miedo alguno, o al menos así me lo demostró mirándome a los ojos e intentando arañarme el alma. Pasó por mi lado sin dejar de mirarme a los ojos. No hice ningún esfuerzo por apartarme a un lado, y ella tampoco. Cuando nos cruzamos, introdujo en mi bolsillo una tarjeta. 

                              "LA VIDA ES CORTA Y EL SILENCIO, PRECIADO".

Me di la vuelta pero ya no estaba. Y un olor a magia inundó el pasillo. Me introduje en mi compartimento y miré a través del cristal de la ventana. Las imágenes, los cuerpos que mis ojos identificaban, se movían ágiles. "¡Qué curioso lo que la vista nos da la oportunidad de ver!". Extraje de mi mochila "Adiós a las Armas" de Ernest Hemingway y busqué la esquina doblada donde dejé mi última lectura. No pasaba de media página cuando de repente empecé a ver borroso. Me preguntaba por qué cuando dejé de ver. Y todo se volvió oscuro.

Permanecí inmóvil esperando que pasara algo en mi desesperanza. Volví a oler magia... por unos instantes, pues en ese preciso momento en que volvía a sentir algo, desapareció. El olor a magia era claro y también oscuro, sin ser visible. Era turbio pero también puro. Era perfecto y era imperfecto. Era magia.

Una caricia en la palma de la mano me sacó de mi enajenación. No podía ver nada, pero realmente, sabía quién me tocaba. Me transmitía algo especial, algo único. Nuestros dedos se entrelazaban con suavidad y sensualidad, y se iba alejando, algo a lo que yo contestaba estirando los míos para alcanzar los suyos. Cuando creí tenerlos atrapados en mi mano, dispuestos a morir con ellos y que fueron la rosa en mi tumba, dejé de percibir contacto alguno. Como si se hubiera esfumado. Esto coincidió con unos labios que se posaban en los míos, buscando el encaje que dibujara la mejor fotografía. ¡Y que bien sabía! Mas fue breve...

Lo último que sentí fue que mi alma tuvo miedo porque dejó de escuchar el latido de mi corazón. Mi conciencia escapó del tren y huyó a volar entre lo que no existe a los ojos de los simples. Me entregué por completo a aquella magia.


Paz!