martes, 8 de noviembre de 2011

La soledad del pájaro enjaulado.

 Todos nacemos libres, y yo no fui una excepción. Pero esta “libertad” duró poco. De un día para otro, me vi entre barrotes. Al principio, pensé que no estaba mal del todo. Tenía agua. Tenía alimento. Incluso lo que después descubrí que era un columpio. Aun así, echaba en falta a mis camaradas. Tenía la esperanza, de que mi estancia en este lugar fuese pasajera. Estaba seguro de que volvería a volar. Pero el tiempo pasó, y no volé.

Poco a poco, no sin amargura, me fui adaptando a esta mi nueva vida. Cada cierto tiempo, conocía a un nuevo ser humano. Todos miran y sonríen. ¿Tendré monos en el pico? De vez en cuando, me silbaban. Al tiempo, tras muchas caras de desconformidad, descubrí que su intención era que cantase con ellos. Con mis ojos intentaba decirles: “Lo siento, pero no me inspiráis.”

Empecé a odiar mi alimento. Alpiste lo llaman. Me sabe a mierda. Lo peor de todo, es que hasta que no lo terminase, no me daban más. Bueno, más que más, preferiría algo distinto que al menos me gustase. Con esa intención lo devoraba, pero nunca conseguí mi objetivo.

Cuando hacía buen tiempo, asomaban mi antro al aire libre. Oía a los pájaros cantar, y entonces cantaba yo también. Pero desafinaba. Siempre desafinaba y reventaba la orquesta. Muchos pájaros me miraban de lejos. Algunos se acercaron. Pero mi compañía humana los espantaba. Podía ver melancolía en sus ojos. Tristeza. Piedad. Los valientes que se acercaban, regresaban entre los suyos decepcionados, como esperando que partiese los barrotes y huyera con ellos. Yo los picoteaba, sin éxito.

Estas visitas me hacían pensar si de verdad era feliz. Sí. Tenía agua, tenía comida. Sobrevivía. Muchos de los míos en libertad no tienen esa suerte. Pero en mi interior surgió el anhelo de libertad, aun teniendo que soportar el riesgo de la muerte. Aceptando la lucha por la supervivencia. Pero en libertad.

Comencé entonces a aborrecerlo todo. Me di cuenta de que ya, no era un pájaro. Me habían cortado las alas. Dudé de si sería capaz de soportar el viento al volar. Ya no soy lo que nací. Dejé de cantar. Dejé de comer. Dejé de beber. Tan solo el anhelo de libertad me movía a seguir respirando. Solía imaginar el día de mi revolución.

¿Moriré en mi espera, o conseguiré mi libertad? Querido lector, tú pones el final a esta historia. Pero no lo imagines. Actúa.


Paz!

domingo, 6 de noviembre de 2011

Soy raro.

 Constantemente, vivimos rodeados de personas distintas la una de la otra. Evidentemente, no existen dos personas idénticas... ¿pero existen personas verdaderamente únicas? Yo, personalmente, soy raro. Más raro que un perro verde. Primer motivo que se me viene a la cabeza: ¿por qué te estoy contando esto a ti, a quién posiblemente no conozca? Es decir, ¿qué coño hago con un blog?

 Tengo una doble moral natural. Ni provocada ni hipócrita. Por un lado, sigo siendo el mismo niño que baila bajo la lluvia. Sonrisa. Sonrisa. Estridente carcajada. Por otro, soy un viejo. Un viejo que persigue el conocimiento, critica su sociedad y lucha por mejorarla. Un viejo que lee libros, y que se anima a escribirlos. De futbolero a escritor, de hooligan a filósofo, de la noche a la mañana.

 Me importa una mierda lo que piensen de mi. Puedo vestir igual en el día de mi cumpleaños o en alguna fiesta especial que cogiendo piñas en el bosque. Me abrigo de sobra aun haciendo calor, no me abrigo lo suficiente pese a hacer frío. Mi madre dice: "Tú, como siempre, al revés del mundo, ¿no?". A lo que yo contesto: "No madre, yo no voy al revés del mundo; el mundo va al revés mía".

 Amo África. Ojalá cumpla mi sueño de visitarla por un tiempo. A mí la rutina no me aburre si disfruto de cada detalle. No bebo nada de alcohol, pero me corre cerveza por las venas. Porque sigo creyendo en el amor aunque éste me golpee constantemente demostrándome que todo es sexo.

 En fin, soy raro. ¿Único? Seguro. ¿Especial? Quizás. Alguien dirá: "¿Gilipollas?", a lo que yo contestaré: "¿Aún lo dudas?". Pero algo sí sé: soy distinto a ti y a los demás. Y eso me supone un gran alivio. Porque si tú no eres especial, nadie va a serlo por ti. Sé raro.


Paz!