domingo, 19 de febrero de 2012

No quiero dejar de ser un niño.

 Hoy me disponía a agarrar el cuaderno cabreado. Ofuscado, por esta reforma laboral que nos han impuesto, y que nos hacen revivir el debate de paro o precariedad. Entre debates políticos discurrió la mañana, y a cada imagen de televisión, a cada dato, a cada cifra, mi indignación se hacía más y más grande.

 Buscando la metáfora perfecta que reflejara la dramática situación política, laboral, económica, social... (vale, ya paro, que no acabamos hoy) que sacude al país, un soplo de aire fresco se coló por mi ventana, o mejor dicho, por la puerta de mi casa. Esta tarde tendríamos visita familiar. Afortunadamente, la visita la acompañaban dos pequeñas criaturas de ojos grandes que pretendían disuadirme de mi tarde de estudio.

 Una pequeña pelota de fútbol hacía las delicias de los niños en el salón. Sin dudarlo, me animé al partido, entusiasmado por esos enanitos que, impotentes, querían colarse por mis piernas. Unos minutos más tarde me retiré a mi escritorio, a estudiar más política española, pero de hace un par de siglos. No pude evitarlo. La atracción de estar con mis primos me superó y bajé al salón para volver a estrecharlos entre mis brazos. Para mi sorpresa, habían agarrado el baúl de mis muñecos de la infancia. Cientos de figuritas se desparramaban por el suelo del salón, frente a la chimenea.

 Cada figura, un recuerdo. Recuerdos cálidos, hogareños. Si yo fuera de ciencias diría que mi organismo comenzó a producir endorfinas, pero como no es el caso, diré que la llama de la felicidad de mi infancia se encendió en mi interior. "¡Qué tiempos!". A algunas figuras les faltaban brazos. A otras, pies. Prueba de mi carácter volcánico infantil. Pero madre mía, me pareció lo más bello que había visto en mucho tiempo.

 Mis primos se fueron, no sin echarnos unas horas de risas que faltaron en mi estudio. Pero mis primos dejaron en mi hogar, y en mi interior, un bienestar tan cálido, tan infantil, tan hermoso... que sin duda compensa algún juguete que puedan haberse echado al bolsillo. Me han cambiado totalmente. Me han hecho ver quién fui... quién soy... y quién puedo llegar a ser. Me han dibujado una sonrisa. Me han devuelto a mi infancia.

 Sin poder borrar la sonrisa de mi cara, coloqué una figurita de Pumba del Rey León en mi escritorio, para mirarla ante cada momento de crisis y recordar quién fui un día, y qué orgulloso estoy de mi infancia. Sé que de ahí en adelante esa figurita me dará fuerzas cuando flaquee. Y pensar que el día comenzó entre sindicatos y paro... Debería preocuparnos más que fuese nuestra infancia la que no llegara a fin de mes. No quiero dejar de ser un niño.


 Paz!