Fuiste un tornado
en un campo sin vida. Con poco, arrasaste con todo lo sembrado. Con aquello que
tanto tiempo llevó sembrar; alzaste tierra sepultada bajo el sudor de mi
sacrificio.
Te bastaron dos
mentiras y un brillo de zafiro. Apenas mostraste la joya, te bastó la
intención. Qué estúpido se siente uno cuando se cree capaz de combatir la unión
de la Luna con la marea y súbitamente la ola más amable lo devuelve a la
realidad del pez más enclenque. Qué osado; tan osado como las líneas que ahora
siguen tus ojos. Aullaste pero no tardaste en reconciliarte con tu propio ser.
Agarrar la pala de
nuevo implicó hacerse la pregunta. La misma pregunta de siempre. La que me roba
los sueños en las noches que consigo dormir. Vi tu rostro en la tierra y te quise
enterrar, pero no pude.
De nada sirve saborear lo insípido. El momento en que nos sentimos osada, estúpidamente
invencibles. El rechazo que se asienta. El temor que crece.
Y al final, de la
tierra nunca surge vida.