Lunes, martes,
miércoles. Y yo vivo el lunes pensando en el martes, y el martes en miércoles.
El frío de enero me recuerda al calor de agosto y la brisa de septiembre a la
lluvia y al viento de marzo y abril. Cuando pienso en mayo veo tu rostro.
Es el valor de las
cosas, lo que viven. La comodidad de lo que tienes y la incomodidad de lo que
se escapa a ti o se derrama por tus dedos. Como el cabello que fallece cuando
acaricio. La incertidumbre de mañana, de la mancha en la chaqueta. La altura de
la nieve, o de la marea.
Lo que poseo, no
porque se acurruque en mi pecho sino porque puede dejar de hacerlo. Con la
euforia primaveral o la melancolía del otoño. Pensar que puedes ser la hoja que
hoy piso, y que ayer gobernaste la copa de este árbol. Temer que no seas para
siempre.
Porque ya perdí lo que
más quise, diciéndole adiós, repasando con los dedos el trazo del tatuaje que
me hice. Sufro la demencia del pirata que no se baña en el oro porque teme
perder su plata. No saboreo la cena de hoy porque pienso en qué haré de comer
mañana.
Una eterna angustia
que me interroga por mi luz. “Apagada, supongo”, contesto, “así como va a
brillar”.