Creía que las leyes de la física no existían en mi jardín. Quizás ese fuera mi (primer) gran error.
Pretendí regar cada flor con el mayor esmero, como si fueran únicas. Las quería -y las quiero- a todas por igual. Escucharlas, darles luz, recibir el oxígeno de sus fotosíntesis. Mantenerme con vida.
Hasta que la física me golpeó, demostrándome que mi jardín era demasiado grande, las distancias demasiado extensas, incluso para alguien como yo. Tampoco el agua era suficiente para abastecer a todas.
Me empeñé en abarcarlo todo, tirando siempre adelante con mis flores, hasta que un día la naturaleza me agarró y me dijo: "Déjame hacer".
Hoy en mi jardín hay flores marchitas de las que recuerdo su hermosura, flores que se van marchitando aunque no las piense dejar morir, y flores esbeltas, hermosas como ninguna, que día sí y día no me cuentan los secretos que todo ser alberga.
Decidí hacer caso a la naturaleza, y resignarme a ver a algunas perder su color y su brillo. Pero llega el verano, y mi mayor preocupación es si llegarán algunas vivas al otoño, sin conocer aún el parte de la primavera.
Mi mayor error fue creer que podía controlarlo todo.
sábado, 15 de junio de 2013
martes, 11 de junio de 2013
Acantilado de luces
Me dijeron que podría ser demasiado peligroso ese asfalto. Y volví sobre mis pasos, hacia aquella montaña y aquella pendiente, aquella escalada.
Arriba, aún más arriba de mí, veía a las gaviotas respirando sal, planeando. Agarré con más fuerza si cabe la piedra que me mantenía pegado a la pared. Más consciente que ninguna otra vez de que soltarla significaba morir.
Pero soplaba la brisa tras mi hombro, y la gravedad se desvanecía y me permitía soñar con surcos de polvo. Dejarme caer, sonaba demasiado difícil. Aunque quizás mereciera la pena el golpe.
Me visitaron los murciélagos y los búhos. Me observaban silenciosos desde su mundo de luz, como observaba yo a la Luna que gobernaba la noche.
Me encanta pensar que sonríe por mí. Seguir sus ojos y ver cómo se funden con el mar, siempre abajo. Hermoso, pero siempre abajo.
¿Estará el agua fría?
Arriba, aún más arriba de mí, veía a las gaviotas respirando sal, planeando. Agarré con más fuerza si cabe la piedra que me mantenía pegado a la pared. Más consciente que ninguna otra vez de que soltarla significaba morir.
Pero soplaba la brisa tras mi hombro, y la gravedad se desvanecía y me permitía soñar con surcos de polvo. Dejarme caer, sonaba demasiado difícil. Aunque quizás mereciera la pena el golpe.
Me visitaron los murciélagos y los búhos. Me observaban silenciosos desde su mundo de luz, como observaba yo a la Luna que gobernaba la noche.
Me encanta pensar que sonríe por mí. Seguir sus ojos y ver cómo se funden con el mar, siempre abajo. Hermoso, pero siempre abajo.
¿Estará el agua fría?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)