martes, 11 de diciembre de 2012

Licor y soledad


Se acercó sigiloso y se colocó frente a la barra, donde yo apoyaba el cuerpo mientras observaba el partido de fútbol junto a mi padre. Llamó mi atención desde el primer momento. Un rostro perdido, distraído en una realidad que evidentemente no era la mía.

Al principio me recordó al perro que rodea la mesa para buscar algo de comida, bien por bondad o bien por fortuna. El sujeto permanecía entre nosotros y la máquina tragaperras. En ese instante, cruzó mi cabeza la idea de que pretendiera robar. Demasiado silencioso. Demasiado abstraído.

Sin embargo, tras varios minutos en silencio, el hombre habló con una voz que ocultaba vergüenza, procurando no llamar la atención. “José, ponme un cubatilla cuando puedas”. El camarero asintió sin pronunciar respuesta alguna. Quizás ya acostumbrado a la petición. Quizás acostumbrado a la respuesta. Pero triste,  por tener que escucharla y, sobre todo, que corresponderla.

Cubata en mano, el perfecto extraño daba pequeños pasos por el pasillo creado entre la barra y las tragaperras. Bebía a sorbitos. Quizás saboreando con esmero el alcohol. Quizás, pretendiendo amortizar el dinero gastado. Quizás no fuera el primero de la noche.

Habiendo pagado ya y disponiéndonos a marchar, otro perfecto extraño se acercó al primero. “Rafa, te veo muy serio. ¿Estás bien?”. Tras una mirada melancólica, Rafa respondió. “Sí, estoy bien. Simplemente disfruto de una copa. Tranquilo”. El segundo extraño pareció quedar satisfecho, aunque yo preví que no, y dejó a Rafa solo. Como nosotros, que salimos del bar.

Paz! 

domingo, 9 de diciembre de 2012

Paciencia


No es la primera vez. Limítate a hacerlo. “Limítate a sentirlo”, me dije, esta vez a mí. Sé que será lento, lento y silencioso. Como siempre. Y volveré a sentirme solo, aunque rodeado. Sé que hace tiempo  acepté a Soledad como imprescindible compañía, pero supongo que unas cosas compensan las otras.

Yo sólo quiero pasear contigo y ser yo mismo, a pesar de las veces que vuelvo a intentar ofrecerme a Cupido.

Sin embargo, volvemos a vernos de nuevo. ¿Cómo será esta vez? ¿Sentiremos el calor de nuestros cuerpos en la distancia? ¿O ignorando el roce nos sentiremos dos perfectos extraños? Yo ya desnudé una parte de mí, para ti. No la despreciaste, del todo.

No obstante, estos ojos apenas han rozado el olor de tus manos. Y no sé qué más hacer. Puedo gritar más fuerte. Puedo escalar la montaña más alta. Para que me veas. Pero no conseguiría nada, porque siento que ya lo he hecho. Y no sé qué más hacer.

Puedo dejar de regar esta maceta. Puedo dejar de susurrarle, a esta flor. Puedo dejar de dar alpiste a este pájaro al que encomendé acompañarme al Sol, aunque eso significara arder. Puedo dejar que te marchites. Puedo pensar que “no somos tan parecidos”. Puedo pensar que “no eras como yo esperaba”. Pero me niego. Me niego. Porque la indiferencia mata al que decide esperar.

Pero esperaré. Esperaré en este banco, sentado, aunque tú creas que yo ya cogí el primer autobús. Esperaré tu vuelo, porque sé que sabes volar. Todo lo que necesito es una señal. Una señal. Y esperaré, lo que haga falta.


Paz!