Que no apaguen tu voz, que no gasten tu tinta. Es un buen título. Pues la voz y la escritura, la comunicación oral y escrita, son cualidades que nos hacen libres. Libres. Así, como suena. Expresarnos, comunicarnos, transmitir nuestras ideas, compartir nuestros sentimientos... Que nunca te roben ese regalo.
Porque lo considero un regalo. El hecho de tener una historia, una experiencia que contar, y poder refugiarte en un papel y volcar lo que sientes. Un trazo de tinta por cada latido del corazón. La escritura es una gran medicina, también una gran psicóloga- o bien una gran psiquiatra, pues los escritores estamos todos locos (¿o quizás somos los más cuerdos?)- que, tras usarla, te produce un gran placer, una gran satisfacción personal. Un desahogo. El papel es tu amigo, tu alma, y a él le marcas tus sentimientos a fuego lento. Y lo peor de todo es que te responde.
¿Estamos locos los escritores? Respondo que sí. Yo vivo locamente enamorado de la escritura.
¿Y ustedes?
viernes, 6 de mayo de 2011
jueves, 5 de mayo de 2011
SOCIEDAD DEL MIEDO
Vamos a plantearnos una pregunta... ¿a quién le importamos? A absolutamente nadie. Vivimos en una sociedad que presume de civilizada, pero en la que una vida no tiene importancia, a no ser que esa vida sea tuya o "te toque algo". Queremos una sociedad de clones. Aquí manda la consigna: "No seas diferente, sé normal, como los demás". De acuerdo, seremos un ejército. ¿Dónde queda la libertad de expresión? Lo diferente, es bello. Lo bello, es lo diferente. ¿No creéis?
¿Nunca vuestros padres os han dicho: "péinate bien, no pendientes, no tatuajes..."? Y en el fondo, es un buen consejo. Vivimos en una sociedad donde a nadie le importa quién seas, qué haces ni qué sabes hacer. Importa tu imagen. Por eso bautizo nuestra sociedad como la "Sociedad del Miedo". Una sociedad regida por el "que dirán...", regida por el aparentar. Se teme a lo diferente, y nadie quiere ser temido, por lo cual se tiende a imponer "la normalidad".
A continuación os expongo un caso personal seguro compartido por muchos. ¿No os han mirado nunca mal por la calle? Sólo por vestir ancho, por llevar una gorra, por llevar unos cascos grandes, por un determinado peinado, por un extravagante color de pelo... por lo que sea. Las personas que caminan delante tuya, comienzan a girarse... y a mirar mal. Muchas, se paran. Se entretienen en algún escaparate, buscan el móvil en su bolso para mirar la hora teniendo un reloj de pulsera...¿Tenemos que soportar esto? Porque no es nada agradable que te juzguen por la apariencia. O que por ir rapado, te tengan por skin head.
Te miran despectivamente. Sus ojos escapan. Y puedes leer el pensamiento: "¿Qué se cree?". ¿Qué me creo? Diferente. Diferente y orgulloso.
Paz.
¿Nunca vuestros padres os han dicho: "péinate bien, no pendientes, no tatuajes..."? Y en el fondo, es un buen consejo. Vivimos en una sociedad donde a nadie le importa quién seas, qué haces ni qué sabes hacer. Importa tu imagen. Por eso bautizo nuestra sociedad como la "Sociedad del Miedo". Una sociedad regida por el "que dirán...", regida por el aparentar. Se teme a lo diferente, y nadie quiere ser temido, por lo cual se tiende a imponer "la normalidad".
A continuación os expongo un caso personal seguro compartido por muchos. ¿No os han mirado nunca mal por la calle? Sólo por vestir ancho, por llevar una gorra, por llevar unos cascos grandes, por un determinado peinado, por un extravagante color de pelo... por lo que sea. Las personas que caminan delante tuya, comienzan a girarse... y a mirar mal. Muchas, se paran. Se entretienen en algún escaparate, buscan el móvil en su bolso para mirar la hora teniendo un reloj de pulsera...¿Tenemos que soportar esto? Porque no es nada agradable que te juzguen por la apariencia. O que por ir rapado, te tengan por skin head.
Te miran despectivamente. Sus ojos escapan. Y puedes leer el pensamiento: "¿Qué se cree?". ¿Qué me creo? Diferente. Diferente y orgulloso.
Paz.
lunes, 2 de mayo de 2011
Alma Negra.
Un claxon le despierta. Amanece la vida de la ciudad. Le encantaba Granada. Su pasado, su presente y su futuro, su ambiente y su gente. Le encantaba vivir aquí, pero él deseaba regresar a su hogar. Su hogar estaba lejos, en África, en su Mali natal. Echaba de menos a su familia y a su esposa. Pero valía la pena su aventura. España tiene muchos problemas, pero no tantos como África. Tenía que ayudar a su familia.
Kaboul observa el tráfico desde el contenedor del restaurante “La Sacristía”. Ve caminar a la gente. Cada persona, un mundo por descubrir. Así lo veía él, y lamentaba que este sentimiento o anhelo no fuera mutuo. Paseaba, y debía aguantar las afiladas miradas de la gente. Por su color, por su raza, por su ropa. Miraban y veían un exterior negro, él miraba y veía un interior en el que bucear.
¿Qué hacía en España? Buscarse la vida. Todo lo que conseguía, lo vendía. Pañuelos, gorras, llaveros… ¿Valía la pena? A priori no, pero él piensa que sí, y así se lanzaba cada día a recorrer las calles de la ciudad de la Alhambra. Le gustaba recorrer la Avenida de la Constitución y empaparse de cultura. Sentía predilección por un edificio; el Padre Suárez. El Padre Suárez es un centro de enseñanza muy antiguo, tal y como muestran sus paredes. Unas paredes sabias, que parecían hablarle. Adoraba rodear el edificio y deleitarse con su belleza. Disfrutaba con ello.
Por desgracia, tuvo que adaptarse al desprecio de la gente. Pero había un caso que le quemaba la sangre. Cercano a su “campamento”, existía un bloque de pisos. Por supuesto, todos lo repelían. Pero existía un hombre, que al pasar delante de él se limitaba a escupir. Kaboul podía entender que la gente lo mirara con desconfianza, que hablaran mal de él, que sus pensamientos fueran los que fueran, pero no eso.
Un día este hombre, de nombre Francisco, se acercó al portal junto a su hijo de unos siete años. Lo miró con desprecio e interpuso su cuerpo entre su hijo y Kaboul. Al llegar el portal, el niño preguntó:
-Papá ¿ese hombre es malo?- preguntó con preocupación.
Francisco no respondió. Hizo a su hijo entrar en el portal y le dijo que subiera a casa. El niño obedeció, entonces Francisco se dio la vuelta y se dirigió a Kaboul.
-¿Hablas mi idioma?
Kaboul asintió.
-Pues entonces escucha. No quiero volver a verte rondando mi hogar y mi familia. Lárgate.
Kaboul quedó desconcertado.
-Pero… ¿por qué? Yo no he hecho nada malo- respondió temeroso Kaboul.
-Me da igual lo que hayas hecho. Solo sé, que mientras los moros venís aquí a puñados para enriqueceros, mi familia y yo nos morimos de hambre.
Kaboul no sabía si se trataba de una broma de mal gusto o a lo mejor tenía un problema con el idioma. Aquella acusación era ridícula.
-Yo no soy la causa de su pobreza, señor. Acabo de llegar de mi país y yo no le he quitado nada.
-Valiente basura… ¿nos quitáis el trabajo y luego nos lo restregáis?
La conversación se volvía tensa.
-Pero señor…
-¡Ni señor ni nada, llevo cuatro meses en paro y no voy a permitir que basura negra como tú venga aquí a decirme lo que tengo que hacer!
-Señor, haga el favor de escucharme. ¿Usted cree que yo vengo de vacaciones? Por si no lo sabe, vivo en esa esquina, paso frío y sufro hambre…¿cree que no me gustaría estar en mi hogar con mi gente?
-Pues vete a tu país.
-Si vuelvo a mi país ahora, no habrá valido la pena. Mi familia seguirá pasando hambre, y mis hijos seguirán muriéndose por desnutrición.
-Pues busca recursos en tu país, aquí los nativos también lo pasamos mal.
-¡¿Señor cómo puede comparar su caso con el nuestro?!
-¡Vete de aquí ahora mismo!- rugió Francisco mientras su puño golpeaba la sien de Kaboul.
Kaboul quedó inmóvil en el suelo, intentó levantarse pero su visión estaba difuminada y le pitaban los oídos…Alcanzó a ver cómo Francisco corría a refugiarse en su portal… y se desmayó…
… -Señor, ¿se encuentra bien?
Abrió los ojos. Un niño de aproximadamente doce años lo despertó. Kaboul se encontraba aún aturdido, pero se levantó no sin dificultad. Le dolía la cabeza, y al llevarse la mano a la sien, sintió la sangre seca y áspera en su rostro.
El chico lo llevó a una fuente cercana para lavarse la cara. El joven aún lo miraba con extrañeza y una desconfianza que oscilaba entre el respeto y el miedo.
-¿Qué sucedió señor?
-Nada, un golpe en la cabeza. No sé cómo agradecerte lo que has hecho…
-No hay de que señor, yo le respeto.
-Gracias… de verdad que tus palabras significan mucho para mí…- Kaboul estaba sorprendido.- ¿Cuánto tiempo llevaba en el suelo?
-Una hora más o menos. Lo siento, pero he de irme. Volveré a verle. ¡Adiós!
El chaval lo sorprendió gratamente. Siguió su camino. La noche ya caía, era sábado, así que su destino estaba claro: el centro. Cogió su mochila; llevaba dos paraguas y cinco gorras.
Las once de la noche y no había conseguido nada. Paseaba por el Realejo con desesperación. De repente, vio a dos guardias de seguridad sacando a empujones a un borracho de un bar. Aquel hombre cayó al suelo sin sentido. Kaboul acudió en su ayuda y pudo distinguir oraciones de sus balbuceos:
-Vida… mierda…me quiero morir…maldito negro…
Kaboul lo cargó a su espalda y corriendo lo llevó a Urgencias. Francisco había alcanzado el coma etílico.
Kaboul pasó la noche junto a Francisco en el hospital. Estuvo seis horas inconsciente entre siendo atendido y descansando. Al despertar, lo primero que vio fue el rostro de Kaboul. No pudo articular palabra. Volvió a acostarse, y cerró los ojos. Aquel hombre al que maltrató le acababa de salvar la vida.
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