A veces, cuando, tendido en mi silencio, reflexiono, sangro. Sangro porque recuerdo el pasado y lo que pudo ser y no fue. Sangro porque observo el presente, lo que es y lo que me gustaría que fuese. Sangre porque imagino el futuro, cómo me gustaría que fuese, y cómo me aterroriza que sea.
Y si sangro es porque soy de carne, y no de piedra. Late un corazón caliente bajo este pecho. Nada puedo hacer para cambiarlo, aunque a veces, me gustaría poder hacerlo, pues me desangro. ¿Por qué mi corazón siente? ¿Por qué no es de esos, que parecen de piedra? ¿Por qué experimento la sensación de soledad, si lejos de estar solo vivo en medio del tumulto? ¿Por qué te echo de menos y te siento tan lejos, si estás ahí al lado?
¿Por qué mi corazón siente? ¿Por qué no es de esos, que parecen de piedra? ¿Por qué dependo del amor de los que me rodean? ¿Por qué no soy autosuficiente? Como aquellos que sonríen sin pedir nada a cambio. Como aquellos que aman sin ser recompensados, y se sienten amados.
¿Por qué mi corazón siente? ¿Por qué no es de esos, que parecen de piedra? ¿Por qué dejo de respirar si no doy amor? ¿Por qué me planteo el por qué de dar amor, si nada recibo a cambio?
Pero un día amanecí con la respuesta. Ama sólo a quién lo merece. Ama la naturaleza, pues ella es fuente de energía y siempre busca su transmisión en un frenesí de sensaciones. Y sobre todo, se consciente de quién te ama de verdad, porque a veces lo obviamos, y no busques ser amado por quién nunca va a amarte.
Si tú, que estás leyendo esto, también sientes el brotar de tu sangre, el latir de tu corazón, y te planteas estas preguntas, sólo puedo contestarte una cosa. Nunca dejes de amar. Sin amor, el mundo no tiene sentido. Es amor la luz en las tinieblas, y no la causante de éstas. Busca en diversas formas de vida el amor que puede satisfacer tu corazón. Y porque dicen por ahí, que algo bueno siempre llega a quién lo sabe esperar, ¿no? No dejes de amar.
Paz!
sábado, 31 de marzo de 2012
miércoles, 28 de marzo de 2012
Las lágrimas de Mamá Tierra.
Marco siempre amó la naturaleza. Su inocencia, su pureza. Sin embargo, resulta difícil hallar lugares puros y sanos. En julio de 2011, decidió viajar a Canadá para pasar una temporada en sus bosques junto a unos amigos, siendo acogidos por un campamento infantil dada su corta edad de 11 años.
Durante la segunda noche, Marco vio interrumpido su sueño por unas horribles pesadillas. Los pinos lloraban y se inclinaban hasta yacer en el suelo. En la base, hombres sonriendo satisfechos con su trabajo. Para despejarse, Marco salió a dar un paseo por las cercanías de su tienda de campaña.
Sentado sobre una roca, Marco decidió aprovechar el silencio de su soledad para escuchar cantar al bosque, como su fallecido abuelo le contó. Sintió la curiosidad de las ardillas. Sintió la respiración de los pinos más cercanos. Pero lo que llamó su atención fue un terrible llanto a lo lejos. Un amargo quejido que gritaba con una voz atronadora que, supuso Marco, debía escuchar todo el bosque.
Movido por su infantil inocencia, marchó en busca de tan desesperado ser. Veinte, cincuenta, cien metros recorrió el joven para dar con una gigantesca secuoya. Próxima a la vejez, como indicaba el grosor de su tronco. Entonces lo entendió todo con claridad:
-"Acércate. Palpa mi cuerpo. Por favor, no temas. No huyas. No me ignores como los demás."
Supuso que con "los demás", se refería al ser humano. Aun así, sintió que debía escuchar a esa secuoya. Por tanto, colocó la palma de una de sus manos sobre su tronco, y se dispuso a escuchar,
-Te escucho, secuoya.
-"Vaya, es la primera vez que uno de los tuyos se presta a escucharme. Parece ser verdad aquello de que en los niños está el futuro. Qué lastima que luego vuestro corazón se envenene..."
-¿A qué se debe tu odio por los míos? Dime, ¿cuál es el origen de tu llanto?
-"¿El origen de mi llanto? Basta con que miréis el suelo que pisáis. Saboread el aire que respiráis. Todo iba bien hasta que aparecísteis. Os atribuísteis tierras que no eran vuestras. Descubrísteis el fuego, y después aprendísteis a usarlo como arma de destrucción. Construísteis fronteras, separando poblaciones que siempre crecieron de la mano. Derramásteis sangre para ampliar vuestras fronteras conquistando tierras que nunca tuvieron dueño. De vuestra sangre florecieron el odio y la venganza, y así se alimenta una naturaleza a veces violenta. Explotásteis sin cabeza de un modo tan insostenible que os condujo a consumir lo que no es renovable. Malgastáis lo que os ofrezco. Me atacáis para crear vuestro mundo, un mundo gris y de metal, que no siente, que no respira..."
Marco desvió su mirada, absorta en el discurso de la secuoya, hacia el tronco que palpaba. Un flujo de savia se derramaba por él, y así por todo el tronco, constantes brechas de savia que fluían como lágrimas. Unas lágrimas sinceras, de sufrimiento, de desesperanza, de agonía.
La Madre Tierra nos pide ayuda, y nadie sabe escucharla. Destruimos este mundo que nos lo dio todo, mientras buscamos vida en otros planetas. ¿Cuándo vamos a despertar? Mamá está llorando... ¿quién va a darle amor?
Paz!
Durante la segunda noche, Marco vio interrumpido su sueño por unas horribles pesadillas. Los pinos lloraban y se inclinaban hasta yacer en el suelo. En la base, hombres sonriendo satisfechos con su trabajo. Para despejarse, Marco salió a dar un paseo por las cercanías de su tienda de campaña.
Sentado sobre una roca, Marco decidió aprovechar el silencio de su soledad para escuchar cantar al bosque, como su fallecido abuelo le contó. Sintió la curiosidad de las ardillas. Sintió la respiración de los pinos más cercanos. Pero lo que llamó su atención fue un terrible llanto a lo lejos. Un amargo quejido que gritaba con una voz atronadora que, supuso Marco, debía escuchar todo el bosque.
Movido por su infantil inocencia, marchó en busca de tan desesperado ser. Veinte, cincuenta, cien metros recorrió el joven para dar con una gigantesca secuoya. Próxima a la vejez, como indicaba el grosor de su tronco. Entonces lo entendió todo con claridad:
-"Acércate. Palpa mi cuerpo. Por favor, no temas. No huyas. No me ignores como los demás."
Supuso que con "los demás", se refería al ser humano. Aun así, sintió que debía escuchar a esa secuoya. Por tanto, colocó la palma de una de sus manos sobre su tronco, y se dispuso a escuchar,
-Te escucho, secuoya.
-"Vaya, es la primera vez que uno de los tuyos se presta a escucharme. Parece ser verdad aquello de que en los niños está el futuro. Qué lastima que luego vuestro corazón se envenene..."
-¿A qué se debe tu odio por los míos? Dime, ¿cuál es el origen de tu llanto?
-"¿El origen de mi llanto? Basta con que miréis el suelo que pisáis. Saboread el aire que respiráis. Todo iba bien hasta que aparecísteis. Os atribuísteis tierras que no eran vuestras. Descubrísteis el fuego, y después aprendísteis a usarlo como arma de destrucción. Construísteis fronteras, separando poblaciones que siempre crecieron de la mano. Derramásteis sangre para ampliar vuestras fronteras conquistando tierras que nunca tuvieron dueño. De vuestra sangre florecieron el odio y la venganza, y así se alimenta una naturaleza a veces violenta. Explotásteis sin cabeza de un modo tan insostenible que os condujo a consumir lo que no es renovable. Malgastáis lo que os ofrezco. Me atacáis para crear vuestro mundo, un mundo gris y de metal, que no siente, que no respira..."
Marco desvió su mirada, absorta en el discurso de la secuoya, hacia el tronco que palpaba. Un flujo de savia se derramaba por él, y así por todo el tronco, constantes brechas de savia que fluían como lágrimas. Unas lágrimas sinceras, de sufrimiento, de desesperanza, de agonía.
La Madre Tierra nos pide ayuda, y nadie sabe escucharla. Destruimos este mundo que nos lo dio todo, mientras buscamos vida en otros planetas. ¿Cuándo vamos a despertar? Mamá está llorando... ¿quién va a darle amor?
Paz!
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