Pasaban tres minutos de la medianoche cuando la fina vena que se dibujaba en el cuello de ella dejó de latir. Ni siquiera su feroz intento por aferrarse al tren de la vida lo llevó a detenerse. Pudo sentir como sus labios, esos labios que tanto se resistían, perdían calor para yacer inertes. Pudo sentir cómo se enfriaban, poco a poco, junto a los suyos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario