IX
Aún podía mantener el triste zulo en el que vivía. Por la mañana
bajaba a una cafetería del barrio para leer el periódico. Yo pagaba el café, no
el periódico. Nunca pagaría por leer un periódico. Me parecía tan superficial,
tan escaso de variedad… Me aburría la información política. ¿Políticos? ¡No son
nadie! El periódico reproduce textualmente a los políticos, es decir, dan
cobertura a sus mentiras. Por tanto, ¿para qué pagar por algo en lo que no
crees? Quizás si se arruinasen cambiarían su contenido… pero claro, si se
arruinaban podían desaparecer. ¡Y el periodismo no podía desaparecer nunca!
Pero una mañana de octubre de 2015, una sección nueva llamó
mi atención. “Lo que no quiere ser visto”. El nuevo título ya captó mi interés,
pero lo que en el reportaje encontré, me fascinó. Con una buena pluma y un rico
pero directo lenguaje, se narraban historias de lo que sucedía en la noche de
Orelan. Hablaba de drogas, de ajustes de cuentas, de peleas de prostitución, de
muerte…
Había que tener dos huevos para escribir sobre eso. Yo mismo
conocía a varios tipos a los que hacía referencia. Porque habituaba a dar
nombres, eh. Cuando busqué el autor, no encontré un nombre ni un apellido. Bífida.
Sin duda, era una buena forma de protegerse. Ahora era el
medio el que asumía una gran responsabilidad. Mi siguiente pensamiento fue una
preocupación: esto no va a hacerle ninguna gracia a los señores de la noche.
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