viernes, 17 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo VIII


VIII


Desde mediados del 2014, toparme con Silvia en la noche de Orelan se convirtió en rutina. La chica frecuentaba los puntos negros de la ciudad persiguiendo droga. Reconozco que yo mismo le vendí algo. De su boca supe que no le iban mal las cosas, aunque vivía de las rentas. Decía que quería ser escritora, y que dedicaba muchas horas a esa actividad.

Podría decirse que Silvia y yo entramos al mundo de la noche al mismo tiempo. Comprábamos, vendíamos, consumíamos, nos cruzábamos en bares, discotecas, esquinas… Así, descubrí que mi instinto paternal hacia la criatura de tirabuzones rubios permanecía intacto. La quería, y la veía muy niña aún para ese ambiente… Decidí que tendría siempre un ojo encima.

Obvio que por un lado me alegraba, pero por otro lado me entristecía que Silvia nunca necesitara mi ayuda. Siempre controlaba. Nada se le iba de las manos, ni siquiera las intenciones de los que la rodeaban. Una noche, la vi adentrándose en un callejón con un tipo al que yo no conocía. Alejados del tumulto, discutían. Me preparé por si debía entrar en acción, aunque claro, ¿qué podía hacer un cuarentón como yo?

De repente, él extrajo una navaja y la situó próxima al cuello de Silvia. Antes de que pudiera hacer nada –ni él ni yo-, Silvia tenía una pistola entre los ojos de éste, que lo obligó a bajar su arma. Con un gesto de la cara, Silvia lo mandó lejos. Él la obedeció. Mientras, ella quedó allí de pie apurando un cigarro.

No daba crédito a lo que acababan de ver mis ojos. La pequeña Silvia sabía muy bien lo que tenía que hacer. A lo mejor era ella quien debía protegerme a mí.

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