domingo, 12 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo I


I


Realmente, no sé muy bien qué cojones hago a estas horas de la noche escribiendo esto. Estoy tratando de contar una historia que merece ser escuchada, pero me faltan datos. Estoy tratando de introducirme en la cabeza de una mujer sin serlo. De sumergirme en sus pensamientos, emociones y sentimientos. Qué coño, estoy tratando de bucear en su subconsciente. Y todo sin haber escuchado nunca a una mujer, o al menos, nunca del todo.

Yo conocí a Silvia. Yo la vi crecer; saludar, besar y escupir a la vida, hasta que la vida la escupió a ella –antes que a mí-. La vi dando su primer beso. La vi reír y me ofreció su sonrisa; la vi llorar, y le ofrecí mi hombro. Yo supe cuando perdió la virginidad, aquella tarde de finales de marzo. Yo le di fuego en sus primeros cigarros; yo la vi liando sus primeros porros. La vi cuando volvió a casa con una cicatriz en la cara por un accidente con su moto y la vi llegar con el coche destrozado conduciendo sin carnet.

Pero no, yo no soy su padre. Esa responsabilidad corresponde a Robert Zaho, un politicucho del Partido Este. Ya saben, el típico idiota que termina introduciéndose en política, ganando dinero y fama a costa de ser humillado en su infancia. Casado con la madre de la criatura, Margaret Pollard. Si les soy sincero, nunca se quisieron. Conveniencia, o eso dicen. ¡Y eso que yo creía que aquello ya quedó atrás! La experiencia me demuestra que lo que ha quedado atrás, es el romanticismo.

Pero ni tengo toda la noche ni les interesa la opinión de este vagabundo. Porque, a propósito, soy vagabundo. Un pobre. Un sin techo. Sin techo y sin paredes en las que apoyarme, y no hablo de cemento. Pero hubo un tiempo en que yo tenía un trabajo al que podríamos catalogar de decente. También una casa, aunque no estuviera a mi nombre. Porque tengo un nombre, ¿saben? Es de lo poco que me queda. Se lo diré por si muero congelado –o me matan, quién sabe- antes de terminar esta historia, lo cual sin duda sería una verdadera lástima.

Mi nombre es Óliver Pramol, y fui jardinero de la familia Zaho cuando Silvia comenzó a construir su puzzle.

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