I
Realmente, no sé muy bien qué cojones hago a estas horas de
la noche escribiendo esto. Estoy tratando de contar una historia que merece ser
escuchada, pero me faltan datos. Estoy tratando de introducirme en la cabeza de
una mujer sin serlo. De sumergirme en sus pensamientos, emociones y
sentimientos. Qué coño, estoy tratando de bucear en su subconsciente. Y todo
sin haber escuchado nunca a una mujer, o al menos, nunca del todo.
Yo conocí a Silvia. Yo la vi crecer; saludar, besar y
escupir a la vida, hasta que la vida la escupió a ella –antes que a mí-. La vi
dando su primer beso. La vi reír y me ofreció su sonrisa; la vi llorar, y le
ofrecí mi hombro. Yo supe cuando perdió la virginidad, aquella tarde de finales
de marzo. Yo le di fuego en sus primeros cigarros; yo la vi liando sus primeros
porros. La vi cuando volvió a casa con una cicatriz en la cara por un accidente
con su moto y la vi llegar con el coche destrozado conduciendo sin carnet.
Pero no, yo no soy su padre. Esa responsabilidad corresponde
a Robert Zaho, un politicucho del Partido Este. Ya saben, el típico idiota que
termina introduciéndose en política, ganando dinero y fama a costa de ser
humillado en su infancia. Casado con la madre de la criatura, Margaret Pollard.
Si les soy sincero, nunca se quisieron. Conveniencia, o eso dicen. ¡Y eso que
yo creía que aquello ya quedó atrás! La experiencia me demuestra que lo que ha
quedado atrás, es el romanticismo.
Pero ni tengo toda la noche ni les interesa la opinión de
este vagabundo. Porque, a propósito, soy vagabundo. Un pobre. Un sin techo. Sin
techo y sin paredes en las que apoyarme, y no hablo de cemento. Pero hubo un
tiempo en que yo tenía un trabajo al que podríamos catalogar de decente.
También una casa, aunque no estuviera a mi nombre. Porque tengo un nombre,
¿saben? Es de lo poco que me queda. Se lo diré por si muero congelado –o me
matan, quién sabe- antes de terminar esta historia, lo cual sin duda sería una
verdadera lástima.
Mi nombre es Óliver Pramol, y fui jardinero de la familia
Zaho cuando Silvia comenzó a construir su puzzle.
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