XV
Como Silvia dijo la última vez, “ahora todo estaba más
parado”. Así lo reflejaban sus textos en el periódico. Cada vez estaba más
centrada en sí misma, en sus pensamientos como “mujer de placer”. Sin embargo,
seguían matando prostitutas.
Volví a reunirme con Silvia según lo previsto. La noté
alegre, entusiasmada. Le pregunté si iba muy drogada, a lo que respondió con
una mirada de hielo.
-Óliver, creo que tengo algo gordo.
-¿Cómo de gordo?
-Los suficiente como para lograr lo que me merezco.
Últimamente sólo hago basura. Pero eso va a cambiar.
-¿Qué tienes, Silvia?
-Tengo un político –buscaba mi sorpresa, algo que no
encontró.
-Bueno, Silvia… creo que la sociedad ha aceptado la
corrupción moral de la clase política… prostitutas, estafas, drogas… no creo
que sea algo nuevo.
-No hablo de un concejal cualquiera. Hablo del ministro de
Educación, John Santos. Pertenece al más estrecho círculo de confianza del
Presidente del Gobierno. Puedo tumbar un gobierno, Óliver.
La miré fijamente unos instantes. Sí, sabía que lo haría si
estuviera en su mano.
-¿Cuántas veces te lo has tirado?
-Ninguna.
-¿Entonces?
-Lo he visto venir aquí dos veces… seré yo la que lo atrape.
Él es mío.
-¿Cómo estás tan segura de que es él si ni siquiera os
habéis acostado?
-Él iba a sustituir a mi padre antes de que éste matara a mi
madre. Cuando entró en prisión, se hizo con el cargo, y no ha parado de
ascender. Es él. –Su mirada no admitía dudas-.
-De acuerdo, de acuerdo. En ese caso, sólo te diré una cosa.
Ten cuidado, por favor.
-Voy a hacerlo, Óliver, voy a hacerlo…
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