XIX
John estaba petrificado, sentado sobre la cama. Tenía la
cara que se te queda cuando pasas de pensar en comerte un coño a que vas a
tener un hijo con una prostituta. Sus codos reposaban en sus rodillas, y la
cabeza, en las manos. Ni tenía voz ni tenía lágrimas.
Al otro lado, Silvia lloraba apoyada en la pared. Buscaba
entre la sal del mar un buque de esperanza, de ayuda. La veía temblar, ya por
el shock o por la droga.
-Clara, yo… yo no puedo, no puedo hacerme cargo… -había
levantado la mirada del suelo.
-Sí, sí que puedes… por mí, hazlo por mí…
-No, Clara. Tú no me conoces. Yo, yo no trabajo en un banco…
Silvia lloraba desconsoladamente, y ahí sacó la rabia.
-¡Ya lo sé! Eres John Santos, el ministro de Educación. ¡Me
tomaste por una puta gilipollas desde el principio, y ni te imaginas quién soy!
John había vuelto al estado de conmoción, si bien era cierto
que sólo algunos balbuceos salieron de él.
-¿Y por qué mantenías la mentira, si lo sabías?
-¡No te imaginas quién soy, John! ¡Soy Bífida, Silvia Zaho, la reportera de “El Diario de Orelan” que
puede arruinar tu vida y hundir un gobierno!
Pareció que John Santos despertaba de un sueño. Era frío el
tacto de la mentira.
-Debería matarte ahora mismo…
-¡Pero no puedes! ¡Me quieres! ¡Y yo te quiero, y vamos a
tener un hijo! –Silvia suplicaba, sin dejar por ello de amenazarle- Vámonos,
John. Dejemos todo atrás.
John se había levantado. Su figura se alzaba entre la cama y
la puerta.
-No puedo, no puedo… tengo que salir de aquí.
Un “¡¡NO!!” y un ruido sordo me indicaron que Silvia se
había lanzado a sus pies. Lo siguiente tampoco lo vi, pero lo escuché. John le
había soltado una patada y cerraba la puerta tras de sí.
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