XIV
Se me hizo muy larga la espera para volver a ver a Silvia.
Los señores de la noche habían entrado en acción. En tan solo seis días, cinco
prostitutas habían sido encontradas muertas en descampados próximos a los
clubs. Además, se habían denunciado dos desapariciones.
Tenía miedo. Por un lado, me aterrorizaba pensar que había
personas muertas por culpa de la actividad de Silvia. Sin embargo, sabía que
hacía lo correcto. Reflexionaba sobre esto camino del club. Al llegar, ella ya
me estaba esperando.
-¿Cómo estás, Silvia?
-Excitadísima… - era una provocadora-. No, en serio. Estoy
entusiasmada con todo esto. Creo que puedo sacar algo importante. Aunque ahora
todo esté más parado.
-¿Por qué está todo más parado?
-Ya sabes. Los gordos se acojonan y se esconden. Estos días
están siendo muy tranquilos. Hace tiempo que no veo a nadie del que sacar
tajada por aquí.
-Quiero entenderlo…
-¿Aún dudas de mí? –Silvia parecía verdaderamente molesta.
-No, no… es sólo que, ya sabes… joder, para mí es muy duro
verte aquí. Te he visto crecer. Quiero comprender por qué te has convertido en
una prostituta.
-Para mí no es fácil, no chupo pollas por gusto, ¿sabes? –
se había puesto a la defensiva- Pero llegué a la conclusión de que nada es
algodón de azúcar. Al menos nada de lo que quiero yo. El que quiere gloria
tiene que tragar mierda.
¿Qué decir ante esa respuesta? Aunque me jodiera, sabía que
la niña tenía razón. Joder, la tenía delante, y no podía dejar de admirar su
voluntad…
-Oye, Silvia. Sabes que ahí fuera están matando a gente. ¿No
tienes miedo?
-¿Miedo? –otra vez esa sonrisa divertida- El miedo es lo que
te mantiene con vida en terreno hostil. Si lo controlas, claro –me guiñó un ojo
y me invitó a salir de la habitación.
Desde fuera percibí cómo esnifaba.
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