domingo, 19 de mayo de 2013

Puzzle de Medianoche: Capítulo XIII


XIII


La siguiente noche fui a Moulin Chaud. Presenciar aquel asesinato había cambiado mucho las cosas: encontrar a Silvia se convertía en una contrarreloj. Los hielos de mi copa no me devolvían el rostro que yo quería ver. Decidí levantarme y hacer las cosas bien de una vez. Me introduje en aquel pasillo de habitaciones y fui abriendo puerta por puerta.

Asiáticas, árabes, compañeras de clase… encontraba de todo menos lo que necesitaba. Entonces llegó un empleado alertado del alboroto que yo estaba causando.

-¿A usted qué cojones le pasa, viejo?- su cara no era de hacer amigos.
-Vengo buscándola a ella, rubia, ojos verdosos… me dijo que estaría aquí.

Intenté continuar avanzando por el pasillo pero se interpuso en mi camino.

-No sería aquí, viejo. ¡Márchate! – me espetó.

En un amago de dar la vuelta, lo aparté de un empujón. Seguí abriendo puertas con un sinfín de gritos y música a mi espalda. El pasillo llegaba a su fin… pero apareció. Llevaba puesta una minifalda vaquera y un sujetador carmesí, a juego con sus labios y la aguja de sus tacones. La hierbabuena de sus ojos destilaba sorpresa. Entré en su habitación, cerrando en la cara del que me perseguía. Nos dejó en paz tras aporrear la puerta tres veces.

-Silvia…- mi susurro era casi imperceptible-… no puedes seguir aquí.

Se sentó en la cama y suspiró.

-Óliver, eres tú el que no debería estar aquí.
-Oye, mira, admiro lo que estás haciendo. Pero todo tiene un límite –la miré a los ojos-. Has llegado a ese límite.

Su respuesta fue sacar un cigarro del abrigo y prenderlo. Yo aproveché para echar un vistazo a la habitación. Olía a sexo. En la mesita de noche había coca y una bolsa con lo que deduje que era cristal. Lo señalé. Ella se encogió de hombros.

-Óliver, estoy aprendiendo más que nunca con esto. Ni la muerte de mi madre me enseñó tanto. Por primera vez en mi vida me siento útil. Déjame hacer, te lo pido.
-Pero, ¿por qué? ¿Por qué Silvia? ¿Por qué esto, en este mundo?
-¿Me creerías si te dijera que quiero cambiar el mundo? -expulsó el humo y observó detenidamente mi reacción-. Sé que el mundo es una mierda. Cada día  que pasa soy más consciente. Pero, ¿tiene que haber alguien que lo cambie, no?
-¿Y por qué tienes que ser tú?

Silvia estalló en carcajadas a la vez que se levantaba y apoyaba la mano sobre el picaporte de la puerta.

-Dejémoslo en que es mi recurso en esta vida para huir de la rutina- volvía a tener aquella mirada divertida tan suya- ¿Conforme? Es lo único a lo que temo.

Abrió la puerta y me hizo salir. No. No podía marchar así.

-Además de las arañas, ¿no?

Silvia no esperaba aquello.

-Sí… además de a las arañas.
-Oye, déjame verte una vez a la semana. Te lo pido por favor.

Aquellos segundos delante de la habitación se me hicieron eternos. Pensé que cerraría de un portazo.

-De acuerdo- y ahora sí, cerró-.

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