Nadie es inmortal. Desgraciadamente, a toda persona le llega su fin, y junto a los latidos de su corazón, la Muerte arrastra el sufrimiento de otras personas, las personas que amaban al desaparecido. Las grandes pérdidas nos provocan un dolor que empaña nuestra vida y nos impide ver el resto de cosas buenas que nos quedan por vivir. El tiempo se para; los años, los meses, las semanas, los días, no avanzan porque nuestra cabeza vive del pasado. Nos ahogamos en un océano de recuerdos sin fin. Las nubes ocultan el sol, y una extraña niebla nos impide vislumbrar a quiénes nos ofrecen un hombro para llorar. Las sonrisas mueren, la primavera muere.
Impasibles, tomamos asiento en el vagón de un tren sin rumbo, un tren sin ventanillas del que la muerte misma desconoce el destino. A nuestra izquierda, Nostalgia toma asiento. A la derecha, Tristeza observa absorta la pared. Y enfrente, enfrente, enfrente nada, pues la neblina nos impide mirar hacia adelante.
Paz!
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