domingo, 2 de octubre de 2011

Charlando con un perro viejo.

 La lluvia que comenzó a caer sobre mi nariz y prosiguió con el resto del cuerpo, no ayudaba para nada al pesimismo existencial que aquella tarde de invierno me invadía. El agua, lejos de caer enfadada con el mundo, aterrizaba triste, melancólica sobre mis hombros. Su desencanto era evidente.

Corriendo a protegerme en un portal, encontré un perro. Al igual que yo, se encontraba empapado. Sus ojos, me engancharon desde el primer momento. Como era de esperar, el brillo de la curiosidad brillaba en ellos. Pero lo que me llamó más la atención, fue la sabiduría que vi en ellos. Un can filósofo.

Aquellos ojos parecían haberlo visto todo. Un perro sin dueño, que sobrevive en la calle. Vi mucha más sabiduría en esos ojos que en los ojos de quienes se hacen llamar salvadores de la nación. Por un momento, me dio la sensación de que arrancaba a hablar. Un espejismo muy real.

Fue entonces cuando cruzó mi mente una extraña idea. Por un momento, me pareció interesante intercambiar mi vida con la del perro. Ser perro y que el perro fuese persona. Pero entonces, el perro se fue.



Paz!

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