martes, 4 de octubre de 2011

Ejércitos y "ejércitos".

 Este alma guerrera se declara, ante todo, pacifista. Siendo esta mi condición, las fuerzas armadas deberían ser temas protagonistas de mis discusiones. Así son. Antes de nada, haré un inciso para aclarar un término que va a repetirse varias veces en este artículo que hoy escribo. Aunque no sea del todo correcto, hoy englobaré las distintas instituciones de la policía y del ejército en "fuerzas del orden". Más que nada por comodidad, porque yo soy así de chulo.

Mi oposición a las fuerzas del orden se fundamenta en mi rechazo a la violencia en general, y a su violencia en particular, la cual se desarrolla mediante el uso de armas y los abusos de autoridad. Así mismo, rechazo total y absolutamente el gasto militar que pagan nuestros impuestos y que es desorbitado en España.

Pero mi crítica feroz a las fuerzas del orden se concentra en su funcionamiento. Las fuerzas del orden velan por la seguridad. ¿La seguridad de quién? En teoría, velan por la seguridad del PUEBLO, es decir, del primer al último ciudadano de la nación. Eso en teoría. Pero en la práctica... ¿es realmente así? Por supuesto que no.

La seguridad por la que trabajan es la de los gobernantes. La seguridad de la punta de la pirámide de este "Moderno Régimen". Se limitan a obedecer órdenes, y nosotros no les ordenamos. Se convierten en herramientas del Gobierno.

Pero esta semana, ocurrieron dos hechos que despertaron mi sorpresa y saciaron mi sed de justicia. Marines americanos acuden a defender de la policía a los manifestantes del movimiento "Occupy Wall Street". A su vez, el ejército griego se presenta para defender a los manifestantes helenos. ¿Sus motivos? Estas fueron sus palabras: "Defendemos nuestro país, defendemos nuestro pueblo".

Admirable. ¿No creen? Un ejército por y para el pueblo. Unas fuerzas del orden al servicio del pueblo. Como debería ser. Pues unas fuerzas armadas al servicio del pueblo no van a invadir otros países. El pueblo no quiere guerras. Los gobiernos sí. Intereses.

Me despido reiterando mi admiración ante estos hechos. Y añado que siempre, siempre, diré lo que pienso sin guardarme nada, pues prefiero morderme la lengua tras equivocarme a ahogar mi alma.


Paz!

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