Esta semana no ha sido muy especial, pero sí que me
ha servido para observar por mí mismo algunas lecciones que la vida te da. Si
vas a clase, claro.
He comprobado que soy muy afortunado, casi
privilegiado, por los problemas que tengo. Porque son unos, y no otros. En mi
vida pueden ocurrir cosas demasiado bonitas y alegres, así como demasiado
tristes y trágicas, como para estar serio y no disfrutar de ella con mis
preocupaciones. Nada es imposible con trabajo, y la motivación depende de uno
mismo. Y el dinero nunca puede interferir en tu felicidad, de ninguna manera.
También he comprendido que se puede querer a alguien
con todo el corazón, aunque pasen días sin hablar. Que los de siempre son los
de siempre, y que aunque hay muchos que no son para siempre, siempre hay unos pocos
que sí lo son. Si lees esto como dices que haces de vez en cuando sabes que es
por ti, hermano. Otras veces, hay personas que terminan siendo más de lo que
creías, y que hay relaciones que la distancia hace más fuertes, sintiendo más
cercanos los corazones que los cuerpos. Hay sentimientos que no se olvidan
aunque se crean bajo tierra, y la música es una poderosa herramienta para
resucitarlos.
No viene a cuento, pero también he comprendido que
la razón nos motiva a dejar a un lado los prejuicios, pero es nuestra propia
cabeza la que tiende a simplificar y asimilar una realidad o una persona nada
más verla, produciéndose un prejuicio que resulta inevitable. También he
descubierto que cada vez aguanto menos que me digan lo que tengo que hacer.
Y que aunque la humanidad por norma general sea una
mierda y esté contaminada así como prostituida, aún quedan personas que merecen
ser conocidas. Porque tienen estrella, porque tienen razón, inquietudes e
intereses. Por esas personas la vida merece la pena. Y últimamente estoy
teniendo la suerte de encontrarme con varias, y que me aprecien.
En mi último autobús de la semana me ha sucedido un
detalle bonito. Iba de pie junto a una chica en la que no me fijé demasiado. Un
asiento quedó vacío frente a los dos, y ninguno nos sentamos, pero a mitad de
camino depositó en el asiento su billete de autobús transformado en un
barquito. Tal fue mi curiosidad que pensé en cogerlo, pero no lo hice. Bajé del
autobús sin parar de dar vueltas a un detalle tan insignificativo, pero inspirador. Y esta ha
sido mi semana.
Te quiero hermano.
ResponderEliminar