¿Quién no ha soñado nunca con enamorarse en un
autobús?... Sí, es cierto, muchos se conforman con enamorarse, pero yo siempre
he soñado con enamorarme en un autobús.
Y será porque pese a mi elitismo ansío encontrarla o
simplemente porque cojo muchos autobuses, pero tú sueles venir y hacer sonar el
cascabel de la magia, incluso cuando no quiero sentirlo.
Puedes entrar con el escándalo de tu sigilo,
luciendo tu cuerpo de mujer buscando con la mirada perdida un asiento que ya
conoces de memoria, o puedes estar ya descansando con la cabeza apoyada en el
cristal, moviendo los labios dando
formas a palabras que enarbolan al sabio.
Sea como fuere, yo estoy en mi asiento y tú en el
tuyo. Y miro por si veo tus piernas, tus tobillos, tus manos o tus ojos. A
ratos lees, a ratos escribes. Y yo me muero por leer lo que lees y por leer lo
que escribes. Por meterme en tu cabeza antes que en tu boca o en tus pantalones.
A pesar de ello, también quiero besarte.
Pero, como siempre, llegamos a nuestro destino y
bajas delante de mí. Intento seguirte pero se cruzan en el pasillo piernas,
codos y personas. Y te pierdo, para siempre, seguramente. Quizás debí pedirte
las huellas de tus pisadas…
¿Quién no ha soñado nunca enamorarse en un autobús?
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