martes, 28 de febrero de 2012

La venda del orgullo.

 Cada ser humano, por muy racional que pretenda ser, va a encontrarse alguna vez en su vida frente a la situación en la que sus instintos superan a la razón. ¿Y quién no ha querido alguna vez dejar de ser bueno? ¿Quién no ha deseado liberar su ego y desatar el caos? Todos nos hemos hartado alguna vez, o varias como en mi caso, de mantener las formas y la compostura y hemos decidido desnudarnos ante todos y liberar nuestros instintos haciendo aquello que siempre quisimos hacer. Soltando aquello que siempre quisimos soltar. Sin importar las consecuencias.

 Estamos en nuestro derecho de asumir ese riesgo. Mandando todo a la mierda y esperando el resultado. O sin esperar nada. La mayoría de las veces es por nosotros mismos. Porque lo necesitamos.

 Antes de tomar esa decisión, nos encerramos en la cueva de nuestro interior, intentando ordenar nuestros pensamientos. Mas no siempre tras la reflexión encontramos la razón. Nuestra mente es muy peligrosa, ya que somos lo que pensamos, y ésta también puede engañarnos, abandonándonos al orgullo. Sí, el orgullo, ese sentimiento tan atractivamente peligroso que nos hace rechazar cualquier consejo externo y confiar en nuestra sinrazón.

 Pero siempre hay un límite, y el límite de nuestro ego, de nuestro orgullo, se halla cuando herimos a las personas que más queremos. El triste y agónico desconcierto de quién observa asustada los ojos de los que un día se enamoró. Ahí es cuando nos equivocamos. Cuando el problema deja de incumbir a nuestro "yo" para incumbir a un "nosotros".

 Como humanos tenemos derecho a equivocarnos. Porque una equivocación siempre es positiva en tanto que es una experiencia y nos ayudará a no caer en ella en el futuro. Como humanos, tenemos derecho a dejar de disimular lo que sentimos, y si es necesario, equivocarnos. Como humanos.

 Como hombres, como personas honestas, tenemos la obligación de mirar a los ojos a quién hemos ofendido, volver a desnudarnos ante éstas personas, y pronunciar un sincero "lo siento". Sólo así podremos liberarnos de la venda del orgullo.

 Paz!

 *Aprovecho para pedir perdón a todo aquel al que haya ofendido, y sobre todo a la persona a la que escribo este texto. Porque, aunque no lo parezca, si te he ofendido, ha sido por amor. Lo siento.

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