Venimos al mundo como quien se despierta tras una noche de borrachera. Tanteando el terreno, desconocimiento de la situación, miedo a encontrarnos. Demasiado tiempo rodeado de líquido como para estar tan seco ahora. Tardamos en abrir los ojos pues la luz nos quema y para acostumbrar a nuestras pupilas, hemos de acostumbrar primero nuestros párpados. Pero llega el momento en que los abres, y te encuentras en una carretera desierta. Una carretera que te obliga a avanzar, y en la que un paso atrás son dos pasos adelante.
Infancia. ¿Existe algo más bello? Cuando la muerte se llama “debilitarse” y se cura yendo a un centro pokemon. Cuando la traición se arregla pidiendo perdón y nada más, pues un corazón puro no entiende de intereses ni de rencores. Adictos a los zumos y coqueteando con el azúcar. Enganchados a la Nocilla a escondidas a las cinco de la tarde. Demostrando lo valiente que eres desafiando al maestro y terminando de cara a la pared. Donde no se busca sexo sino amigos. Cuando el amor se marca en la mejilla, y no en los labios. Y si la sonrisa desaparece y llueven lágrimas, dame cinco minutos para que vuelva carcajada. ¿Por qué lo mejor viene al principio?
Adolescencia. Algo a lo que llaman mundo real se asoma desde arriba de la escalera. Adoptamos costumbres peligrosas ante las que nos creemos inmortales. Que controlamos decimos. Menuda estupidez. Jugando a llegar a casa ebrios y hacernos los sobrios. Duelen codos, pues hay que espabilar y nuestras tareas escolares ya no se solucionan en media hora. Horas frente a la televisión de la infancia alternan ahora con horas frente al espejo. ¿Estaré guapo esta noche? Malditos granos. Luchando por creernos mayores de edad, pero sólo en discotecas, no en responsabilidades. Cambiando de labios como de vaso en botellones. Consumiendo relaciones como cigarrillos. Bebiendo la vida a morro.
Adultez. Ese amenazante mundo del que hablaban los adultos te ha agarrado desprevenido. Estudias y estudias, pero no trabajas. Soñando con ser alguien obteniendo buenas notas otrora, limpiando chicles del suelo para poder empezar una segunda carrera universitaria hoy. Descubres que de todos los labios que habías explorado antes, sólo unos son para siempre. Ya sabes con quién compartir el resto de tu vida. Y aunque existe, el miedo al futuro se supera con la ilusión de quién se siente respaldado. Sintiéndose un mago cuando creas vida. Sintiéndose dios cuando esa vida te necesita para respirar. Sintiéndose profeta cuando acepta lo que le enseñas. Sin saber cómo sentirse cuando lo escuchas decir: “Papá…”.
Vejez. Sintiéndonos en lo alto de la montaña, acercándonos al precipicio, nos damos la vuelta para observar la carretera que dejamos atrás. Dejamos risas, dejamos charcos de lágrimas, dejamos muchos muebles rotos, a algunas personas felices, a otras personas más tristes, a unos padres orgullosos que ya descansan, unos hijos que son tu legado y cuyos hijos os miran con la admiración de quien observa unos ojos que lo han visto todo. Entonces descubres si has sido alguien, o si solo has sido polvo. Con la respuesta, llega la paz.
Mierda. Me caigo de la cama. Vaya sueño más raro… ¿cuánto llevo durmiendo? Parece que llevase durmiendo nada menos que toda una vida. Pero por lo menos tengo una idea para escribir esta tarde.
“Tras la carcajada infantil,
la locura adolescente
y la madurez del adulto,
pese al tumulto
de la gente
me mantengo feliz.”
Paz!
Me pediste que te diera una opinión sobre este artículo, pero creo que eso es imposible.
ResponderEliminarQuizás hubiera sido más útil tenerte a mi lado mientras leía esto, para intentar no recordar todo lo pasado, para que vieras como contenía las lágrimas.
Eso hubiera sido la mejor de las opiniones que te puedo dar.