jueves, 19 de noviembre de 2015
viernes, 24 de julio de 2015
Non plus de vie en rose
Durante unos días pensé que había llegado el
momento de dejar Rennes –pensé, porque sentir, lo que es sentir, lo estoy
sintiendo ahora-. Creía que ya no me quedaba nada porque mi corazón en la
ciudad ya había dejado Francia, y era cierto. Me quedaban recuerdos, aún tan
frescos que, tan livianos, no amarraban. Pero nadie está nunca preparado para
dejar la felicidad.
Quizás sea que algunos no estamos hechos para
ser felices sino para ser, para ser nosotros mismos, y yo corría el riesgo de
dejar de ser yo mismo por ser feliz. Porque mi vida no es rosa, tampoco negra,
sino con mucho gris. No como allí, donde todo gira en torno a tu felicidad y la
felicidad del otro depende inmediatamente de la tuya, porque ambos vivís lo
mismo. Nada de tratar de arreglar la vida de nadie.
Pensé que mi etapa en Rennes había acabado
pero sólo me di cuenta cuando empezó a dolerme de que no, de que siempre
querría volver. Porque Rennes siempre significará la gente que allí conocí y la
gente que allí conocí permanecerá siempre conmigo. Por siempre. Para volver a
hacerme feliz.
miércoles, 3 de junio de 2015
Jardín o noche
Esnifé y fue
súbito: la noche y sus excepcionales estrellas se esfumaron y dejaron paso a un
jardín borracho de vida, pecoso de amapolas. Por primera vez en mucho tiempo,
hubo día y no sólo noche, ni aunque las nubes censurasen al sol. Había luz,
había cesado el frío.
Me detuve en cada
una de sus flores. Me presenté, las conocí, las escuché. Osé acariciarlas. Me quisieron
a su lado. En cada pétalo había una historia distinta, distinta a las que yo
venía escuchando, distinta a las que me venía repitiendo. El aplauso fue
silencioso; el reconocimiento, sincero.
Había en el jardín
una amapola un tanto peculiar, más insistente y más ruidosa, que atrajo mi
atención desde el primer momento más por lo extravagante de sus formas que por
su cercanía a mi idea de belleza. Platiqué con ella mas no tardé en desviar el
foco; confiaba en contemplar seres más sorprendentes.
Caminé, tropecé y
equivoqué senderos. Volví a encararme con esa amapola extravagante; debí haber
trazado un círculo. Decidí escucharla con mayor interés; observar más profundo,
mirar más lejos, conocer cada detalle. Yo, que tenía una idea de belleza cierta
en mí, comprendí que ya no tenía nada en la mochila. Comprendí que volvía a
estar vacío. Y que había olvidado esa sensación. Iba a tomarla cuando regresé
de mi inconsciencia.
Estaba de nuevo en
mi cuarto. Solo. Con las ventanas cerradas y la persiana hasta abajo. Con la
certeza de una oscuridad hambrienta afuera y con un polvo blanco sobre la mesa.
Pero algo había cambiado.
No era exactamente
el mismo. Esta vez tenía miedo de volver a tener miedo.
lunes, 20 de abril de 2015
Oportunidad
He corrido mucho, y siempre en círculos. He pisado arena,
tierra, cemento y clavos; pero no soy un faquir. Sangro, y ni siquiera sé dónde
estoy.
Me pregunto si ha merecido la pena correr, caminar, en pos
de ese algo que realmente no existe, más allá de algún lugar en mi cabeza. Si
he sido más feliz en dos años quemándome sin saberlo o en diez meses alejado.
Si he obtenido la felicidad que verdaderamente quiero, merezco o necesito, o
sólo aquella que un lado salvaje e irreal de mi alma implora. Si he pensado en
mí mismo.
Y comprendes que no has sido más que un cobarde que no ha
dejado de coleccionar miedo y melancolía, sin auténticas ganas ni de vivir, ni
de sentir, ni de nada. Tragando llaves. Vendándome los ojos.
Besarte las heridas sin prometerte la cura. Darme una
oportunidad.
domingo, 22 de febrero de 2015
Como el otoño
Cortaron la luz y la fiesta quedó en silencio. Palpé buscando la cartera a la altura del pecho y aprecié el vacío, más allá de las etiquetas de un traje robado y una camisa que devolvería planchada al día siguiente.
La banalidad te envuelve cuando calibras el peso de tus palabras, el coste de tu tinta. Descubres que no escribes lo que quieres. El enemigo entre tus sábanas y una voz insistente.
Me lo hacen tan difícil que evito mirar. ¿A quién le canto cuando procuro cegarme? ¿A quién le canto cuando la vergüenza me obliga a darme la vuelta haciendo como que no existe, como que no existes?
Sueño con ser de nuevo sin perder ni olvidar. Mientras, me pongo el sombrero y caigo, como el otoño.
La banalidad te envuelve cuando calibras el peso de tus palabras, el coste de tu tinta. Descubres que no escribes lo que quieres. El enemigo entre tus sábanas y una voz insistente.
Me lo hacen tan difícil que evito mirar. ¿A quién le canto cuando procuro cegarme? ¿A quién le canto cuando la vergüenza me obliga a darme la vuelta haciendo como que no existe, como que no existes?
Sueño con ser de nuevo sin perder ni olvidar. Mientras, me pongo el sombrero y caigo, como el otoño.
domingo, 25 de enero de 2015
Tierra
Fuiste un tornado
en un campo sin vida. Con poco, arrasaste con todo lo sembrado. Con aquello que
tanto tiempo llevó sembrar; alzaste tierra sepultada bajo el sudor de mi
sacrificio.
Te bastaron dos
mentiras y un brillo de zafiro. Apenas mostraste la joya, te bastó la
intención. Qué estúpido se siente uno cuando se cree capaz de combatir la unión
de la Luna con la marea y súbitamente la ola más amable lo devuelve a la
realidad del pez más enclenque. Qué osado; tan osado como las líneas que ahora
siguen tus ojos. Aullaste pero no tardaste en reconciliarte con tu propio ser.
Agarrar la pala de
nuevo implicó hacerse la pregunta. La misma pregunta de siempre. La que me roba
los sueños en las noches que consigo dormir. Vi tu rostro en la tierra y te quise
enterrar, pero no pude.
De nada sirve saborear lo insípido. El momento en que nos sentimos osada, estúpidamente
invencibles. El rechazo que se asienta. El temor que crece.
Y al final, de la
tierra nunca surge vida.
jueves, 15 de enero de 2015
El crimen
Era ella. Lo había vuelto a hacer, no me quedaba duda. Ese olor a pecado inocente, ese "las circunstancias me empujaron a hacerlo". Esas pistas, que quedaban en torno a la escena del crimen, marcando una senda que solo llevaba hacia un lugar: hacia ella.
Lo pretendió desde un principio, desde que comenzara esta masacre en la que la sangre quedaba en el cuerpo. Me propuse que sería la última víctima de esa maldad y, para qué ocultarla, mi incompetencia. La experiencia me armó sin pretenderlo: por primera vez sabía dónde buscar.
Demasiados fracasos. Demasiadas ocasiones en las que la miel resbaló por mis labios deslizándose por mi barbilla al pecho, inútil. Esta vez no se iba a escapar porque, aunque ella no lo supiera, yo también era ladrón.
Conocía la teoría, la práctica y el escondite. Ya hice arder los escrúpulos. Los quemé ante mis ojos, sin anestesia, repitiéndome que lo que el fuego devoraba no eran más que mis cadenas. Me adentré en el hurto y el delito entró en mí, como el sol en el mar a la noche.
No fui amable al tocar a la puerta. La llave no estaba echada. Por fin pondría rostro a ese oscuro ser que me robaba el sueño, que me hacía caer cuando quería volar. Una tenue lámpara iluminaba un cuarto pequeño. Alguien jugaba en el suelo. Ella era ella. Siempre la había conocido. Jamás la dejé de conocer. Me miró como siempre lo había hecho, con ojos que derriten razones. Y rompí a llorar.
Me sequé los ojos y, exaltado, descubrí sangre en mi rostro. Yo era ella. Yo la convertí en asesina. Yo la había matado.
Lo pretendió desde un principio, desde que comenzara esta masacre en la que la sangre quedaba en el cuerpo. Me propuse que sería la última víctima de esa maldad y, para qué ocultarla, mi incompetencia. La experiencia me armó sin pretenderlo: por primera vez sabía dónde buscar.
Demasiados fracasos. Demasiadas ocasiones en las que la miel resbaló por mis labios deslizándose por mi barbilla al pecho, inútil. Esta vez no se iba a escapar porque, aunque ella no lo supiera, yo también era ladrón.
Conocía la teoría, la práctica y el escondite. Ya hice arder los escrúpulos. Los quemé ante mis ojos, sin anestesia, repitiéndome que lo que el fuego devoraba no eran más que mis cadenas. Me adentré en el hurto y el delito entró en mí, como el sol en el mar a la noche.
No fui amable al tocar a la puerta. La llave no estaba echada. Por fin pondría rostro a ese oscuro ser que me robaba el sueño, que me hacía caer cuando quería volar. Una tenue lámpara iluminaba un cuarto pequeño. Alguien jugaba en el suelo. Ella era ella. Siempre la había conocido. Jamás la dejé de conocer. Me miró como siempre lo había hecho, con ojos que derriten razones. Y rompí a llorar.
Me sequé los ojos y, exaltado, descubrí sangre en mi rostro. Yo era ella. Yo la convertí en asesina. Yo la había matado.
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