Una noche más baja de la cornisa desde la cual observa acostarse al sol.
Regresa al bosque y a sus sombras. A la humedad del frío, a pisar hojas secas y oírlas crujir. Se halla abatido y las extremidades le fallan. Hasta que lo ve. Lo ve a lo lejos, entre troncos de luto que parecen esconderlo. Luz.
Brilla y se desliza. Él decide perseguirlo, sorteando bestias y sangrando por rosas. Necesita nuevos astros. Aquel extraño ser, porque estaba convencido de que tenía vida, parecía jugar con él. Y aquello no le hacía ninguna gracia, pero lo motivaba a seguir persiguiéndolo. No obstante, cuando más oscura era la noche, desapareció. Se deshizo. Tal y como había aparecido.
Agachó la mirada decepcionado y regresó al bosque, siendo únicamente consciente en aquel instante de haber llegado a la frontera de su territorio. No se alejó demasiado, aunque cada amanecer retrocediera un poco más. Alguna noche creyó volver a ver aquel refulgente, aquel ser misterioso, aquel duende. Ante aquello su reacción fue girar el cuello, y devolver la mirada a la oscuridad de su bosque. Volvió a sentir la sed de sangre y la adrenalina de sus cacerías.
Pero por nada del mundo pudo olvidar aquel extraño ser, que de algún lugar lejano lo llamaba, siendo consciente de que atravesaría cualquier frontera con tal contemplarlo.
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