Abro la puerta de la prisión y me sumerjo en el abismo de
cemento. Me sorprende su silencio, tan absoluto. Casi criminal. Lo ensucia mi
caminar y me tienta permanecer inmóvil y otorgarme el antojo de saborearlo.
Pero sé que tras las paredes, los cristales y las persianas hay miradas y
entes, y yo no quiero parecer cuerdo.
Y en el fondo, la vida es verdad dentro de una mentira
explícita. Hasta el banco donde me siento llora en su interior. Aunque no tanto
como las farolas. Ni es tan paradoja, como una papelera.
Excitado al fin, y conectando con mi Yo, siempre a mi
alcance una libreta y una ley a la que acogerme: la tinta. Pese a la sequedad
de mis manos, consigo realizar algún garabato para entrar en calor y cazar
ideas. Las palabras se suceden y se ordenan una tras otra en una anarquía
formal y de pensamiento. Así llegan a “así llegan a”. Agujero negro, y el
universo se estremece.
Prefiero no pensar en lo que ocurre cuando entran en tus
ojos y se instalan en tu cabeza. Sólo diré que los árboles son agujas y yo
pisoteo las hojas a mis pies mientras el cielo oscuro amenaza con romperse.
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