martes, 26 de julio de 2011

17.

¡Zas! ¡17 años colega! ¡Hoy hace 17 años que viniste al mundo! ¿Cómo te sientes con 17 años? Siempre odié esa pregunta. ¿Cómo coño voy a sentirme?¿Crees que el pene te crece el día de tu cumpleaños? Posiblemente hoy sea un día igual que ayer, un día igual que mañana. Pero bueno, hoy ya tengo 17 años. Que no son 18, pero son 17. Por lo tanto tampoco son 16. Algo es algo.

Desde aquí, desde la cochera de mi casa en la realidad, pero en la ventana de mi corazón a tu cabeza en una realidad más real que la misma realidad, dejo asomar mis piernas y me siento en el alféizar para reflexionar sobre estos últimos 365 días. Hoy hace exactamente un año, era el día de mi cumpleaños y lo disfrutaba en el que era (y sigue siendo) mi hogar, Salobreña. Vivía feliz sin plantearme nada nuevo a largo plazo. Mi piso seguiría en venta en busca de algún valiente que lo comprara en los tiempos que estamos y yo estudiaría Bachiller en el I.E.S. Mediterráneo. Ese día iría a la playa y a la noche saldría con mis amigos y bebería ron y esas mierdas (sería de las últimas veces). No podía pensar en lo que pasaría un mes y unos días más tarde.
El día uno de septiembre, regreso de un día normal de playa a mi casa y me encuentro a mis padres en el salón con cara de preocupación, anotando nerviosamente sobre un papel. Ingenuo, pregunto qué ocurre. Me miran serios, y me hacen sentarme en el sofá. Resulta que una familia china quiere comprar el piso. Me quedo sin palabras. Tan de repente, no tuve respuesta a la sentencia. Pensé que el mundo, mi mundo, Salobreña, se me caía de encima, se me caía de las manos, y caía al mar del olvido. ¿Qué sería de mí sin mis amigos? ¿Aquellos con los que he pasado unos maravillosos ocho años? Natalio, Gabi, Brayan, Darío, y muchos más. Sentí tristeza, pero a la vez un deseo por contar la noticia y recibir consuelo. Pero mis deseos quedaron en eso, deseos. La noticia debía permanecer en secreto, para asegurar el éxito de la venta. Sentí miedo.
Con dos semanas de retraso, me incorporé a mi nuevo centro, el fantástico I.E.S. Padre Suárez. Un centro donde estudió gran parte de la familia, un centro histórico, legendario. Me fascinó desde el primer momento. Pero claro, era nuevo. Y el ser nuevo y además con dos semanas de retraso, esas dos semanas en las que ya todo el mundo se conoce perfectamente, no era agradable. Sin embargo, poco a poco, fui conociendo a gente, y ganándome su respeto primero, su amistad después. Incluso su amor. Me aclimaté perfectamente, aunque el primer mes fue duro. Pero a los dos meses, me sentía como si desde siempre hubiese vivido en Granada, era mi hogar. Aunque una parte de mi corazón hubiese quedado en Salobreña, Granada era mi hogar. Pero no fue en Granada, sino en Alemania, entre las montañas de Bernau, entre las lianas de la Selva Negra, donde encontré mi primer amor (correspondido). Ya hablé de ella en otros artículos. Pero fue la primera en todos los sentidos. Sólo puedo agradecerle lo que me hizo sentir. También en Granada conocí a mi gran amor, la rubia. Ella me acompañará siempre.

Hoy, 365 días después escribo desde un lugar distinto de donde hubiera escrito esto hace un año, con el doble de amigos de los que tenía el año pasado, pero con la conciencia tranquila de que nada de lo que he vivido me cambia. Sigo siendo el mismo José Ignacio, el mismo Jowi, el mismo Cejudo.
He conocido gente maravillosa este año: Carlos Costela, Adrián Alonso, Manolillo, Durán, Luis, Raquel, Amanda, Fran, Ramón, Matt, Aitor y me dejo alguno más. Pero vosotros sabéis quiénes sois. Espero vivir muchos años más con vosotros.

Mis 16 años han sido sin duda los más intensos, pero tengo más hambre, quiero devorar nuevas metas en mi vida. No estoy satisfecho.

Ahora me pongo serio. 17 años llevo en este mundo, pero nada ha cambiado conmigo. La misma hambre en África, el mismo dolor en los ciudadanos, el mismo placer en las caras de quienes gobiernan el mundo. Veo con impotencia como no he cambiado nada. Aún. Me queda mucho tiempo, muchos años, para poder cambiar esto. No os prometo cambiarlo todo, tampoco cambiar una pequeña parte, pero sí moriré con la satisfacción de haberlo intentado. Quizás te suene arrogante, pero este humilde escritor al que hoy prestas tu atención, el autor de estas palabras que hoy lees desde la pantalla de tu ordenador, morirá. Morirá su cuerpo. Pero no su nombre, no su historia. Cuando arda mi cuerpo, quedará mi aliento.

Sin más, gracias si leíste este artículo. Seas de Salobreña, seas de Granada. Gracias.

Y ahora, a vivir intensamente mi decimoséptimo año de vida. Allá voy. Me como el mundo.

Paz!

1 comentario:

  1. el primer párrafo me ha encantado, en octubre, cuando cumpla 17, lo pondré en mi entrada de tuenti

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