martes, 21 de enero de 2014

Ensueño y cine

No recordaba haber escrito las palabras que ahora tenía frente a mí, en el folio. Era mi letra, de eso no cabía ninguna duda. ¿Cuándo lo había escrito? ¿Hace meses? Imposible, no las había extraído de ninguna carpeta antigua. Comencé a leer y…

De repente sentí que me ahogaba. El mar y su cólera me golpeaban y dirigían mi rumbo. No tenía oxígeno, tenía que buscar la superficie. En mi lucha contra las aguas vi los restos de un naufragio. Vi cuadros de mujeres bellas que se hundían sin remedio pasando por mi lado y vi oro derramarse hasta el olvido. No podía detenerme; estaba comenzando a desfallecer. Mis párpados no recibían impulso para permanecer abiertos, y mi pulso dejaba de responder…

Su sonrisa me hizo mirar al suelo. Hierba fresca, y un tablero de ajedrez. Cuando me atreví a volver a dirigir mi mirada hacia arriba, los ojos de una joven morena me susurraban que había vuelto a perder la partida. El movimiento grácil de sus manos, sugería volver a intentarlo. Sin saber cómo mueve cada ficha, deslicé el peón más valiente para luego esperar un movimiento…

“Doctor, puede empezar”. Un pecho abierto me mostraba lo que la piel esconde. Venas, sangre. Y un alma que lloraba desconsolada en el interior. Como un bebé se acurrucaba en un espacio próximo al corazón, entre los dos pulmones. Me miraba con temor, una sensación distinta al pavor que me invadió cuando vi a quién pertenecía al cuerpo. Al ver su rostro inerte y su pelo rubio recogido, supe que amaba a esa persona. Antes de terminar de preguntarme qué estaba haciendo, mis manos actuaron solas haciendo gritar de horror al alma…

Me sentía feliz. Los rayos de sol que la cristalera de la estación de tren dejaba pasar dotaban a mi vestimenta de un brillo especial. Ella me sonreía. Era hermosa y destilaba clase. Yo también iba elegante, pero de un vistazo comprendí que yo no solía vestir así. Que no era natural en mí, y que probablemente habría destinado todos mis ahorros para realizar el viaje de etiqueta. Ella pasó primero. Ya en el interior del tren, se dio la vuelta para dedicarme un beso. Sonreí e intenté seguir sus pasos. Pero mi billete no era de primera clase. “Tú no puedes pasar”.

El canto de los pájaros me despertaron. Deduje que era domingo y no debía ir a trabajar. Quería recordar tener un oficio. Un jefe y un sueldo. Pero lo que más me importaba lo tenía junto a mí. O eso creí. Me miraba sonriente pero inexpresiva. Sus labios rosados no expresaban vida y sus ojos no brillaban. Quise pasarle un dedo por la nariz… pero no sentí su piel. Probé a rozar su mejilla… pero mi mano la atravesó. Quise abrazarla… y terminé abrazado a mí mismo.


Y es que tras tantos sueños, tras tantas películas… nunca te tengo.

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