Tras un paseo por el puerto de Málaga, decidí
sentarme a escribir en el Paseo de los Curas. Armado con mi amado bolígrafo de
tinta negra, desvirgué una hoja cualquiera de mi cuaderno decidido a crear la
mejor historia jamás contada. Introduciría en mi relato doncellas y caballeros,
hechiceros y dragones, justos y malvados, y una pizca de épica que lo
convertiría en el cuento perfecto para leer a un hijo antes de acostarse.
Apenas tuve tiempo de escribir el título cuando un
hombre de avanzada edad, quizás no tanta como para llamarle anciano, pasó por
mi lado. Interrumpió –de forma involuntaria, o eso creí- mi tormenta de ideas y
permaneció durante unos segundos fijando su mirada en el papel. Le devolví la
mirada, pero él rechazó rápidamente el contacto. Imaginando que el buen hombre
realizaba un descanso en su camino, volví a mi relato.
Yo me hallaba ya inspirado, ya que no necesito
demasiado para estarlo, y en mi cabeza comenzaba a construir y a sacar brillo a
la elegante armadura de mi protagonista, a la vez que me regodeaba en los
detalles del vestido de la princesa a la que éste debería rescatar. Sin
embargo, volví a sentir en mi mano la penetrante mirada del hombre. Esta vez sí
me encontré con sus ojos pequeños y azules, temerosos y escondidos en unas
cuencas repletas de ternura. Tímido, balbuceó una pregunta:
-Tú… tú no tendrás hora, ¿verdad?
El hombre parecía estar arrepentido de haber
formulado la pregunta. A pesar de haber interrumpido la grandeza de mi historia
por segunda vez, decidí ser educado y suelto con él:
-¡Claro! Son las siete y media, señor.
-¡Oh! Ya comienza a ser tarde para mí… Muchas
gracias, joven.
Supuse que el hombre seguiría su camino, ya que por
lo visto debía regresar a su hogar, si es que lo tenía. Pero no. Para mi
sorpresa, el hombre decidió sentarse junto a mí en el banco, observando
fijamente lo que estaba escribiendo.
-¿Qué eres? ¿Estudiante?
-Así es, señor.
-¿De Málaga o de fuera?
-Vengo de Granada.
-Buena tierra, la tuya… aprovecha el tiempo que
estés aquí porque no volverá. Búscate una buena malagueña, que son muy guapas.
Divertido, no pude más que darle la razón. Cuando
intentaba tomar la palabra, él se volvió a adelantar:
-Yo ya no soy el chaval que fui… hubo tiempos
mejores para mí. Fiestas con baile, vino y mujeres. Aunque ahora mismo me veas
caminando solo, un día fui importante. Las chicas se pegaban por mí, no por mi
atractivo, sino por mis historias y batallitas. Pero claro, eran otros tiempos,
otros tiempos…
Pese a tener por fin una oportunidad para hablar,
permanecí en silencio. La voz del hombre había quebrado al rememorar un pasado,
sin duda, mejor. Oteando el horizonte, quizás buscando allí al joven que un día
fue, el hombre suspiró. Unos ojos que miran sin ver y una lágrima que se
desliza por la mejilla y humedece una cuidada barba.
Finalmente, el hombre se levantó. Fijó su mirada en
mi cuaderno por última vez y marchó sin despedirse. Tampoco yo dije nada.
Continuó su camino. No se fue por donde había venido. Quizás no daba la vuelta.
Tan sólo siguió andando, fundiéndose con el atardecer tras el puerto en una estampa
que podría ser portada de cualquier libro.
Un personaje anónimo, con mucho que contar, pero sin
nadie que le prestase atención. Un hombre silencioso y cabizbajo, deambulando
en una gran ciudad. ¿Y quién dice que no es un héroe? Tan sólo no es la clase
de héroe que ellos buscan. No trae la historia que quieren oír. ¿Y quién dice
que no enamora a ninguna dama? Cuando la única diferencia es que su dama es un
castigo; la soledad que le acompaña. Y quién sabe si siquiera la muerte podrá
separarles.
Continué escribiendo bajo el título que previamente
había elegido.
Paz!
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