Abrí la puerta del piso derramando lágrimas sobre la llave.
Una vez más. Otra de tantas. ¿Cómo esquivar tantos puñetazos? Era abrir la
puerta, la maldita puerta… y empezaba todo. Un torbellino de tormentos,
sufrimientos y llantos, suicidios en el vecindario, embarazadas desesperadas porque
traen al mundo una desgracia y no una luz…
Me daña. Me daña la luz del sol, la luz de las farolas. Luz
de luciérnagas, luz de cigarrillos… Salir a la calle me resulta un martirio. Un
sacrificio que no estoy dispuesto a realizar. No pienso sangrar por lo que veo
ahí fuera, por ese mundo artificial falto de colores.
Por tanto vuelvo a mi piso. Por tanto vuelvo a mi cuarto. A
mi cuarto de paredes vacías de muebles, pero llenas de sentimientos, de
pensamientos, de colores. En mi cuarto no hay ventanas; yo dibujo mis vistas. Cierro los ojos y me evado. Muchos dicen que es peligrosa, que es adictiva, que
te desposee de ti mismo y te hace actuar como una persona que realmente, no
eres tú. Pero yo siempre esquivé sus acusaciones, sus dedos que me señalan
amenazantes. Me abandono a ella y echo a volar sin alas. Actividad frenética
seguida de un tembleque extraño. La paz.
Sin ella no soy nada, sólo polvo sin amor. Llámala
imaginación, poesía, escritura o arte. Yo la llamo demencia, ya que de tener
algo de cordura, dejaría de ser libre.
Paz!
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